lunes, 6 de diciembre de 2010

Versiones sobre el árbol de navidad

* Unos dicen que el árbol de Navidad nació en Alemania, cuando San Bonifacio daba un sermón a los druidas, sacerdotes de origen Celta y trababa de convencerlos de que no sacrificaran a un niño en honor al dios Thor, porque el roble no era un árbol sagrado que necesitara de sacrificios humanos". Dicen que durante su discurso derribó uno y al caer, el enorme árbol destrozó todos los arbustos excepto un pequeño abeto, por lo que el arbolito recibió en nombre de El árbol del Niño Dios".


*Otra versión dice que un monje inglés, llamado Winfrid, taló un roble durante una nochebuena, para evitar que los celtas le ofrecieran sacrificios humanos y sucedió que en el lugar de donde fue derribado el roble, brotó milagrosamente un abeto.

* Una versión diferente dice que tres mil años antes de Cristo, varios pueblos de Europa y Asia, consideraban que los árboles eran una manifestación de la madre naturaleza, por lo que les rendían culto. Creían que cuando el árbol perdía su hojas al llegar el otoño, el espíritu de la naturaleza había huido, por lo que les colocaban diferentes adornos, para que regresara.

* Otra versión de una leyenda europea dice, que el árbol de Navidad se originó una fría noche de invierno, cuando un niño buscó refugio en la casa de la familia de un anciano leñador, quienes lo recibieron y le dieron de comer. Durante la noche el niño se convirtió en un ángel vestido de oro porque era el niño Dios y para recompensar la bondad de los viejitos les dio una rama de pino y les prometió que cada año el arbolito daría frutos para ellos. La promesa se cumplió y lo maravilloso fue que aquel árbol les dio manzanas de oro y nueces de plata.

* Para los bretones, grupo Celta de la Gran Bretaña, el árbol de Navidad fue descubierto por Persifal, caballero de la mesa redonda del rey Arturo, mientras estaba buscando el Santo Grial o sea el cáliz de Jesús de la ultima cena. La leyenda cuenta que vio un árbol lleno de luces brillantes, que se movían como estrellas.

*Otra leyenda dice que Martin Luther, fundador de la fe Protestante, al caminar por un bosque en la víspera de Navidad, se deslumbró por la belleza de miles de estrellas que brillaban a través de las ramas de los árboles, por lo que cortó un pequeño árbol y lo llevó con su familia colocándole luces en todas las ramas.

* Otra más dice que en 1605, en Alemania, un árbol fue decorado para ambientar el frío de la Navidad, costumbre que se difundió rápidamente por todo el mundo hasta que el abeto decorado, llegó a América con los colonizadores ingleses y el primer árbol navideño se instaló en Estados Unidos 1847.

Esta costumbre también llegó al lejano oriente, pero en China, no utilizan pinos sino los naranjos que retoñan y florecen cada diciembre y en Japón, esta fiesta tiene un significado de amor hacia los niños y los árboles son decorados con cascabeles de vidrio, abanicos de colores y papel dorado.

Los árboles renegados-

-¿Qué haremos hoy? ¿Acaso será igual que ayer y que todos los días?

-Pues qué querías-somos árboles.
–Es que me aburro de ser un árbol. Creo que deberíamos evolucionar- ser algún animal o qué se yo.
-OH, También a veces siento lo mismo- Pero cómo-¿Cómo podríamos evolucionar?
-Pues sequémonos- de seguro luego volvemos a nacer en otro tipo de organismo.
-Estoy de acuerdo-dijo finalmente uno de los dos árboles.
Al otro día, amanecieron secos. Pero debajo de ellos, cientos de semillas comenzaron a germinar.

Laín Deba

domingo, 29 de agosto de 2010

El árbol del prado

Se conocieron entre los árboles de los campos del Prado. Él pertenecía a una clase social muy baja, pero ella era adinerada, hija de una familia de alcurnia. En la época en que les tocó vivir, la década del 30, su joven edad y la diferencia social que los separaba convirtió su relación en una situación prohibida de antemano.

A pesar de ello, sus encuentros furtivos fueron haciéndose cada vez más frecuentes. Paseaban a la sombra de los árboles de un arroyo Miguelete aún cristalino, bordeando luego los parques y las rosaledas del antiguo hotel del Prado. Con el verde de un barrio sin mancillar como telón de fondo, fue creciendo una pasión tan prohibida como inevitable y que jamás pudieron disimular.

Poco a poco, a medida que la relación se hacía más evidente, su presencia allí fue una mancha incómoda para una sociedad conservadora, encorsetada y llena de prejuicios. En el vecindario corrieron rumores sobre ambos, transformados luego en una serie de chistes maliciosos. Como resultado, los jóvenes sufrieron el escarnio público y una censura violenta por parte de sus padres, inmersos en el corrillo hipócrita de chismes barriales. De un modo shakesperiano y melodramático, la familia de la joven prohibió terminantemente que volvieran a verse, intentando generar en la pareja un sentimiento de culpa y una profunda vergüenza.

Un día de primavera, los jóvenes volvieron a verse por última vez en el Prado, cuando el sol caía y las sombras de los árboles jugaban con la vieja fachada del hotel. Sabían que el suyo era un vínculo que no podían mantener, y antes de perder para siempre la relación que había pasado a constituir el sentido último de sus vidas, decidieron acabar con su existencia. Se suicidaron juntos, al pie de uno de los tantos árboles, donde fueron hallados recién a la madrugada siguiente.

El árbol aún sigue en pie en esa zona del Prado, y aunque cuando despunta la mañana es imposible identificarlo, narran los vecinos que al caer la tarde, si uno se acerca lo suficiente, pueden escucharse los suspiros finales de los jóvenes amantes. Por las noches, algunas veces, aparece extrañamente iluminado y quien pasa por allí tiene la inquietante sensación de que alguien o algo lo observa, y que no es sólo el árbol lo que respira en esa zona mágica del Prado.

La leyenda pehuenche sobre la araucaria o pehuén

A pesar de su vida seminómada, que lleva a sus hombres a apacentar las majadas en los prados de las altas cumbres durante el verano, los pehuenches siempre regresan a armar sus rukas al abrigo de los huahu para pasar los rigores de los crueles inviernos andinos. Y aquel año, tan lejos en el tiempo que los árboles caminaban y los animales aún hablaban con los hombres, las mujeres y la gente menuda de la tribu de Okorí, el aguilucho, se encontraban dedicados a preparar la bienvenida a los cazadores que bajaban de las montañas después de haber pasado allí muchas lunas, dedicados a la caza del huemul y del luán(guanaco), mientras las mujeres permanecían al cuidado de los hijos y las pertenencias. Como todas, la mujer de Likán espera a su hombre; su hijo mayor Okoirí, que ya es casi un kona, ha juntado con sus hermanos menores su último cesto de piñones y ahora espera ansioso el regreso de su padre, pues la próxima vez saldrá con él a bolear ñandúes y chulengos, como los bravos de verdad. Sus hermanas, junto con Aluhué, su madre, han hervido los piñones para ablandarlos y quitarles la piel, y preparado el muday (bedida de los pehuenches) con que los cazadores se refrescarán de sus largas jornadas en la montaña. Pero Likán se retrasa; todos los otros konas(guerreros) ya se encuentran entre sus familias, pero su padre no llega. Sus compañeros de cacería lo vieron por última vez en los pehuenales del Kuyum, persiguiendo un choike(ñandú), pero luego lo han perdido de vista. La madre presiente la tragedia; espera aún algunos días, recorriendo las laderas con la vista durante el día y aguzando el oído durante la noche, pero finalmente, con la primera nevada, llama a su hijo mayor y le pregunta:


-Okorí, ¿recuerdas cuántos años has cumplido?

-Sí, doce.

-Por lo tanto, ya eres todo un kona y deberás hacerte cargo de una tarea difícil. Tu padre ha salido de caza y prometió volver hace ya más de tres lunas, pero las grandes nevadas están próximas y aún no ha regresado. Es valiente y fuerte, pero puede haber sido atacado por algún enemigo o haber caído bajo las garras del nahuel. Pero ahora eres el hombre de la familia y tu deber es salir a buscarlo, para ayudarlo en caso necesario. Saldrás mañana al amanecer y te dirigirás a los bosques del Kuyum. Aquí tienes provisiones para varias lunas; cúbrete con tu makuñ y lleva tu arco y tus flechas, por si fuera necesario.

Consciente de sus nuevas responsabilidades, Okorí partió con los primeros rayos de Antü; atravesó los salitrales del bajo Yanki­hué y se encontró finalmente en los pehuenales del Kuyum, donde su padre había sido visto por última vez. Okorí tenía la fuerza y la resistencia de tres de sus compañeros de juego, pero la ansiedad y el esfuerzo lo fueron doblegando... La nieve caía ya en densos copos helados y la tormenta no parecía llevar miras de parar. El frío era intenso, despiadado, letal.

-Papal... ¡chachai .. -clamaba el muchacho, tratando de detener el castañeteo de sus dientes. Ya casi no tenía fuerzas para llevarse a la boca el alimento que su madre le había preparado y sus piernas se negaban a sostenerlo. Sin embargo, en un último esfuerzo divisó, no lejos de él, un enorme pehuén, el árbol sagrado, al que todo viajero, mediante una ofrenda, puede solicitar ayuda cuando se encuentra perdido o en grave peligro. Pero, ¿qué podría ofrecer el pobre Okorí, en el estado en que se encontraba? Luchando contra la parálisis provocada por el frío, el joven se sacó trabajosamente los shumel(calzado), y los colgó de las ramas más bajas de la enorme araucaria. Inmediatamente se sintió renovado, como si el pehuén le hubiera insuflado sus inmensas ansias de vivir. De nuevo se levantó y caminó sin descanso, hasta divisar, ya cayendo la tarde, a un grupo de konas descansando alrededor de una vivificante hoguera en las que se asaban los restos de un choike. Se acercó rápidamente, esperando ansiosamente que su padre se encontrara entre ellos y, al no verlo, los saludo cortésmente. Los forasteros no contestaron a su saludo. Y Okorí advirtió que no se encontraba entre amigos. Dudó cuando lo invitaron a sentarse ante el fuego, pero la cortesía lo obligaba, y la tentación de calentarse un poco era demasiado grande para ignorarla. Sin embargo, enseguida se arrepintió de su prontitud para aceptar, pues los extraños se arrojaron sobre él, le amarraron los tobillos, le ataron las manos a la espalda y se alejaron de allí, llevándose sus armas y la chaihue donde traía su comida. Antú, el sol, ya se ponía y Trafuya, la noche, se acercaba con sus terrores y la helada amenaza del congelamiento. Okorí había escuchado demasiadas historias de la noche como para que no la invadiera un terror paralizante, como nunca había sentido en su vida. Las había escuchado de las mujeres que hablaban entre ellas, mientras trabajaban, de los hombres que nunca habían regresado de sus viajes, o se las había contado su padre cuando, de vuelta de alguna partida de caza, le enseñaba a armar sus lakai y sus propias armas y lo prevenía sobre los peligros que encontrarla cuando él mismo debiera internarse en los bosques. Sabía de la artera presencia de Kamlín, la nieve, que cae sibilina y silenciosa, y va ocultando y deformando las señales del camino, y adormece los miembros si uno permanece quieto demasiado tiempo. También había oído del relampagueante nahuel, rápido como una centella y mortífero como un puñal. Y supo que el temor que había sentido cuando oía las historias no era más que un juego de niños, rápidamente exorcizado por la presencia de su padre o su madre o, simplemente, por el brillo del fuego del hogar. Pero el miedo de ahora era otra clase: era el terror inconmensurable de saberse a punto de morir y que nada ni nadie podría evitarlo. Mientras tanto, la madre, que esperaba en la ruka el regreso de ambos, tuvo

una visión aterradora: soñó que su esposo, Likán, había sido asesinado, y vio en sueños a su hijo, atado de pies y manos y abandonado sobre la gélida nieve. Entonces supo que se encontraba en un gravísimo peligro y que sólo ella podía salvarlo. Convencida de que ya nada podría hacer por su hombre, se cortó las largas trenzas renegridas, como hacen todas las mapuches en señal de duelo y, conteniendo los sollozos que pugnaban por brotar de su pecho, emprendió la búsqueda de su hijo, antes de que fuera demasiado tarde. Caminó largo tiempo a través del bosque de koíhues, llamando a veces a su esposo, otras a su hijo, con el corazón endurecido como una roca por la angustia y la desesperación. Así, mientras cruzaba un pequeño bosque, encontró primero el cadáver de su esposo, con una profunda herida en el costado y el querido rostro semienterrado en la nieve, sucio de sangre y de tierra. Sin siquiera tocarlo comprendió que ya no encontraría a Likán en aquellos despojos y, tomando el afilado cuchillo de piedra con que trabajaba las pieles, cortó dos mechones del resto de su negro pelo y, colocándolos sobre el pecho del muerto, retomó el camino en busca de su hijo. Entretanto, en el claro del bosque donde había pasado la noche encogido de hambre, de sed y de frío, Okorí, atenazado por el tenor, recobró algo de su confianza al ver aparecer la luz del sol, pero luego, al sentir sobre su cara los helados copos de nieve que volvían a arremolinarse sobre él, se sintió tan aterrado ante la proximidad de la muerte, que las pocas fuerzas que le quedaban estallaron en un grito desesperado, e imaginando que el pehuén en que había colgado sus shümel era como una madre que podía ayudarlo, comenzó a invocar su protección:

-¡Ven y ayúdame, oh, pehuén!

Y cerró los ojos, para no ver la temida imagen de Leflán, la muerte, cuando llegara en su busca. Sin embargo, volvió a abrirlos cuando sintió que los copos de nieve ya no caían sobre su cara y que Küréf, el viento, ya no se arremolinaba a su alrededor. Levantando la vista, contempló asombrado las ramas del pehuén, de su pehuén, que se había agitado y sacudido hasta desarraigar sus raíces de la tierra, y había caminado hasta él para no dejar sin respuesta su desgarradora demanda de ayuda. Luego, al llegar junto a Okorí, el pehuén extendió sus raíces a los lados del cuerpo del joven y sus ramas sobre él, proporcionándole así una verdadera cuna y la ruka más verde y más confortable que el niño pudiera desear. Poco tiempo más tarde llegó la madre, siguiendo las huellas de su hijo, que la cruel nevada iba haciendo desaparecer rápidamente. Al llegar al claro entre los colihues, pudo distinguir en las ramas bajas del pehuén el calzado de su hijo y, algo más allá, el cuerpo inanimado protegido por las raíces bienhechoras. Sin demora, desató sus ligaduras y lo reanimó, soplando su aliento sobre su rostro rígido y sus dedos agarrotados. Poco a poco, Okorí fue recobrando la conciencia, y poco después iniciaban el viaje de regreso, dejando sobre la nieve recién caída las huellas de sus pies descalzos, ya que la abnegada madre también había dejado sus shümel colgadas de las ramas bajas del árbol, como ofrenda por haber salvado a su hijo. Detrás de ellos, como un espíritu magnánimo y protector, el pehuén se deslizaba trabajosamente sobre sus raíces, y poco después madre e hijo llegaban hasta donde se encontraba el cadáver de Likán, quien había sido asesinado por los desconocidos para despojarlo de sus escasos enseres y armas. Allí recogieron el cuerpo y lo trasladaron hacia las proximidades de la ruka donde los siguió el solícito pehuén, prestándoles su protección contra el viento y la nieve que continuaba cayendo. Sólo al llegar a las afueras de la ruka, el árbol detuvo su marcha; la mujer depositó en tierra el cadáver de su hombre y el pehuén lo cubrió con sus raíces que, poco a poco, se fueron sumiendo con los restos en las entrañas de la tierra, hasta quedar de nuevo ferrameante aferradas a las rocas y a la tierra que le daba la vida. Alzando los ojos anegados en llanto, madre e hijo pudieron ver entonces al soberbio pehuén que elevaba sus ramas hacia el cielo como una muda peglaria a Nguenechén, el creador de todas las cosas. Y entonces, el pehuén sonrió... Sonrió como sólo pueden hacerlo los árboles: con su verdor, con sus flores, con sus flores, con sus frutos, con sus retoños. Y tanto Okorí como su madre reconocieron aquella sonrisa, la límpida expresión que sólo puede mostrar un ser que ha culminado satisfactoriamente una obra de amor al prójimo.

Y desde ese día el lugar fue conocido como Neuque, nombre que posteriormente derivaría en Neuquén, sitio privilegiado donde el pehuén aún sigue creciendo, ofreciendo sus frutos y su a todo aquél que lo necesite, aunque no todos sean capaces de apreciarlos y agradecerlos. (*)

Leyendas patagónicas

sábado, 28 de agosto de 2010

El árbol del consejo

(Leyenda tradicional)

En las tierras de los cuparamango, los días se deslizaban despacio por la pendiente del tiempo, dejando vivir, dejando hacer, discurriendo perezosos bajo la sombra del yaoyao, el árbol del consejo.

Era el yaoyao toda una institución en el pueblo de los cuparamango, más importante aún que la del hechicero y más antigua incluso que la del contador de dedos.

El yaoyao se limitaba a crecer, dando sombra y consejos a aquellos que los necesitaban. Reconfortaba a los viejos a los que ya les quedaban más recuerdos que tiempo para contarlos, resguardaba a las jóvenes parejas de los ojos de sus mayores, ofreciéndoles un rincón donde prodigarse caricias y juramentos, aconsejaba al Grupo de los Once Hombres cuándo y qué plantar, qué cosechas vendrían buenas o qué noticias traían los pájaros que anunciaban las crecidas del río. Mientras, las jóvenes madres cuparamango llevaban a sus hijos a jugar al pie del yaoyao, suspirando al darse cuenta del corto tiempo transcurrido desde que ellas mismas eran las que jugaban a subirse a las ramas más bajas del árbol. El yaoyao a todos cuidaba, a todos escuchaba.

Una mañana, las aves de cola plateada trajeron inquietantes noticias procedentes del cauce alto del río. Allá arriba se había establecido un grupo de hombres, unos hombres que devoraban la tierra, cortaban los árboles y exterminaban sin piedad a los animales.

"Bueno", les tranquilizó el yaoyao, "un asentamiento nuevo siempre necesita un periodo de adaptación. Dejemos que pase el tiempo para que encuentren su lugar en esta tierra".

Pero el tiempo, como de costumbre, no arreglaba nada. Día tras día llegaban nuevas noticias de la crueldad sin límites de los hombres nuevos, del ensañamiento con el que atacaban a todo lo vivo y, aunque aún estaban muy lejos, de la rapidez con la que extendían sus territorios. El yaoyao conoció la preocupación por primera vez en su larga existencia.

Algo había que hacer. Y también por primera vez, el que todo lo escucha y todos lo sabe, decidió pedir ayuda a los hombres.

No resultó sencillo. En su primer intento, los hombres entendieron que el yaoyao les pedía adelantar la fiesta de los peces bigotudos. Ansiosos por complacerle, la gran fiesta tuvo lugar y aún hoy, es una de las más célebres que se recuerdan.

El yaoyao comprendió que aquella situación era demasiado nueva para los hombres y que les costaría entender. ¿Cómo hacerles ves que él, el inmutable, el sabio, necesitaba de ellos, tan pequeños y tan frágiles?

Les habló entonces de la naturaleza, de los animales, de las aguas del río, de la paz, de la belleza de cada rincón... Su mensaje estaba cargado de poesía y buenas intenciones, de cantos de pájaros y aroma de flores. Pero nadie lo entendió y el hechicero tuvo que encerrarse en su cabaña durante tres días intentando descifrar las extrañas palabras del yaoyao. Transcurridos esos tres días, reunió al pueblo para hacerles el gran anuncio: el yaoyao exigía ser reconocido como el gran dios de los animales, los árboles y las cosechas y así se haría.

Los cuparamango se mostraron ilusionados ante la perspectiva de nombrar un dios en aquel pueblo donde nunca habían necesitado de ninguno y pusieron todos su empeño en que la ceremonia tuviera todo la pompa y el esplendor que requería tan señalada ocasión. Durante los días previos al nombramiento todo eran carreras, risas y consultas al hechicero sobre la mejor manera de agasajar a su árbol más querido. Los recolectores del pueblo remontaron el cauce del río y regresaron con sesenta y dos cestas de flores, gran cantidad de frutos y un par de monos del árbol del coco que trajeron como mascotas. Alguno reparó en que aquella parte del bosque se veía distinta, más pobre y más estéril, pero enfrascados como estaban con los preparativos de la gran fiesta, no tuvieron tiempo de pensar mucho en ello. Una semana duraron los festejos, más espectaculares y divertidos aún que el festejo de los peces bigotudos.

El yaoyao se desesperaba. Harto de que todos sus mensajes se malinterpretaran como invitaciones a hacer fiesta, dirigió un nuevo mensaje al pueblo. Esta vez fue mucho más duro. El yaoyao habló al corazón de cada hombre y cada mujer. Les habló de la muerte de árboles y animales a sólo una hora de camino río arriba. Les contó que de todas partes llegaban ahora desalentadoras noticias de destrucción y tierras quemadas. Fue su discurso más largo y más profundo que ningún otro ante y al terminar un denso silencio recorrió la aldea.

El yaoyao contemplaba expectante la reacción del pueblo. Uno a uno, todos los hombres fueron abandonando el círculo del consejo sin decir una palabra. Al parecer, esta vez había sido comprendido. Sin embargo, apenas una hora más tarde esos mismos hombres salían de sus chozas equipados para el combate, se despedían de sus mujeres e hijos y partían a hacer la guerra con el pueblo vecino de los manguaraníes. En nombre de Yaoyao, dios de todo lo viviente, los cuparamango arrasaron las tierras de los manguaraníes, regresando al pueblo con un botín de muerte, destrucción y piedras de ámbar.

El yaoyao, impotente, no quiso decir una palabra más y gruesas lágrimas de resina resbalaron por su tronco centenario. El yaoyao se moría. Sus hojas regaban el círculo del consejo, su corteza empalidecía y, aunque pasaban las semanas, el yaoyao seguía llorando lágrimas de incomprensión.

El pueblo, preocupado, acudió al hechicero. Su dios les reclamaba algo, aunque no supieran qué. Tal vez estaba enojado o triste por su culpa y debían remediarlo. Exigieron al hechicero que usara la raíz del letecuoro y buscara una solución. Nunca antes se le había pedido un esfuerzo tan grande, pero la ocasión así lo requería.

Todo el pueblo quiso estar presente en el ritual de la raíz del letecuoro. El hechicero y el contador de dedos se situaron en el centro del círculo del consejo, mientras el resto de la aldea entonaba cánticos. Todos se mantenían a la expectativa. Era aquél un raro espectáculo y sólo alguno de los más viejos lo había presenciado anteriormente. El yaoyao, en su melancolía, era espectador privilegiado, aunque ya apenas ponía atención. El contador de dedos acabó de preparar el brebaje y se lo ofreció al hechicero. La tensión llenaba el ambiente. El hechicero gozaba de una absoluta confianza entre los cuparamango, no en vano había sido elegido hacía ya muchos años entre más de doscientos aspirantes, todos ellos extraordinariamente capacitados. Haciendo honor a esta confianza, cayó con rapidez en un profundo letargo. Mientras tanto, el contador repasaba una y otra vez la cuenta de los dedos de pies y manos. Su tarea exigía que estuviera muy atento y no perdiera la concentración, porque su función era la de sacar al hechicero del trance en el mismo instante en que desapareciera el dedo medio de su pie derecho. Antes de que esto sucediera podría ocurrir que perdiera otros dedos de los pies o de las manos e incluso se contaba de una ocasión en que perdió una oreja, sin embargo el contador de dedos no debía dejarse impresionar por todas estas manifestaciones y despertar al hechicero sólo en el momento justo. Si lo hacía antes, el ritual sería inútil, si lo hacía después, el hechicero corría el riesgo de perder la vida.

La ceremonia fue decepcionante por lo breve, probablemente debido a las extraordinarias cualidades del hechicero. Éste no perdió ningún otro miembro, no hubo sangre, no hubo gritos ni convulsiones. El dedo medio de su pie derecho se limitó a empequeñecer poco a poco hasta desaparecer completamente. La ceremonia había concluido.

- Gran Dios YaoYao. He escuchado tus exigencias. Nosotros, tus hijos, agradecemos tu consejo y protección y haremos lo que nos pides. Mañana, al amanecer, la criatura más joven nacida en nuestro pueblo te será sacrificada.

El yaoyao, súbitamente espantado, no quiso seguir escuchando. Con gran esfuerzo, desenterró sus raíces del suelo y huyó despavorido del pueblo de los cuparamango. Nunca más se supo de él; tampoco del hechicero, que fue inmediatamente destituido y obligado a abandonar la aldea. Los cuparamango, ya sin dioses ni consejeros, siguieron con sus vidas tranquilas, hasta que un mal día, fueron atacados y convertidos en esclavos por unos hombres que llegaron desde el cauce alto del río.


Inma García

miércoles, 16 de junio de 2010

Citas y frases famosas

No juzgues por la pequeñez de los comienzos: una vez me hicieron notar que no se distinguen por el tamaño las simientes que darán hierbas anuales de las que van a producir árboles centenarios.

Josemaría Escrivá de Balaguer
 
Las estrellas de Hollywood son como los adornos de los árboles de navidad:brillantes por delante y papel por detrás.
Antonio Banderas
 
Alabad el árbol que desde la carroña sube jubiloso hacia el cielo!

Brecht, Bertolt

Pues el pájaro cantor jamás se para a cantar en árbol que no da flor
José Hernández

Los árboles, las flores, la hierba, vuelven a encontrar periodicanmente su brillo y su esplendor, su perfume y su juventud. Sólo el hombre muere un poco cada año."
(Alphonse Karr, escritor francés.)

“El amor semeja un árbol: se inclina por su propio peso, arraiga profundamente en todo nuestro ser y a veces verdeciendo en las ruinas de un corazón.”

(Víctor Hugo

Tres leyendas sobre el baobab

1. Se dice que si una persona bebe agua en la que se han mojado semillas de baobab, quedará protegido del ataque de los cocodrilos. Pero si osa arrancarle una flor al baobab, morirá devorado por un león.

2. Cuentan en África que el baobab era uno de los árboles más bellos del continente, admirado por todos por su follaje y flores. Su vanidad creció tanto que los dioses lo castigaron, enterrando sus ramas y dejando a la vista sus raíces.

3. El Baobab es un árbol que crece en las zonas de bosque claro al norte de África, posee un tronco bastante grueso, de una corteza muy dura y, en medio de sus enormes hojas en forma de palmera, se encuentra lo que los nativos llaman :”el corazón del baobab”. Este corazón es una especie de núcleo bastante áspero, casi irrompible y, aunque ahora ese “corazón” es solo una bola oscura y vacía, hace bastante tiempo no era así... definitivamente no lo era.

Cuenta la historia que, en un paraje muy lejano de la enigmática África, hace muchísimo tiempo vivía una familia de conejos muy pobres en la cual papá conejo se ganaba la vida como podía para tan solo llegar al anochecer a su casa con unas cuantas monedas y así poder comer con su familia lo poco que podían comprar. La vida era muy difícil para esta familia de conejos, mamá preparaba la comida para sus hijos con mucho cariño pero con pocas papas y en una cocina ya demasiado vieja. Cierto día, papá conejo se cansó de tanto caminar por el caluroso desierto llevando una encomienda que le habían designado y simplemente se echó a descansar bajo la sombra de un árbol grueso y de enormes ramas.

- ¡Oh, qué buena sombra que da este árbol!.- dijo el conejo.- creo que descansaré un rato, hace mucho calor y no he almorzado todavía.

Y así, el conejo se sentó a la sombra del árbol a lamentar su suerte. Comenzó por maldecir al sol que tanto le quemaba, a la arena que siempre se le metía entre las patas, a la lluvia por inundar su aldea y todo el mundo. Cuando de pronto, el robusto árbol sobre el cual él estaba empezó a hablarle con una voz muy dulce.

- Amigo conejo, ¿Por qué te lamentas de tu suerte?, ¿Acaso no eres contento como eres?.- Replicó el árbol

- Vaya, qué triste y desdichada es mi vida. Si tan solo pudiera ser un árbol como tú... ¡Claro!, todo el día parado, sin tener que trabajar, tan solo estiras tus hojas y recibes el alimento del sol y de la lluvia. ¡Qué más podrías pedir!.- se lamentaba el conejo.- En cambio yo, tengo que trabajar muy duro, tengo que padecer de hambre por darle de comer a mis hijos... ¡Qué triste es mi vida!

El árbol se puso muy triste por las palabras del conejo y le dijo con su melodiosa voz

- ¿Sabes?, soy un Baobab, y, a pesar de que nunca hablo con los animales, me has conmovido mi joven amigo conejo

Luego de estas palabras, el conejo se puso de pie y miró al árbol desde arriba hacia abajo. El conejo no se había percatado de que aquel árbol era en realidad un baobab, y el conejo, que no era nada bruto, sabía lo que decían todos sobre el baobab :” El baobab guarda muchas riquezas en su corazón, pero son pocas las personas que logran descubrir tal tesoro”. Luego de esto, papá conejo se asustó mucho y se arrodilló ante el baobab.

- Perdóneme señor baobab por maldecir a la naturaleza, le prometo que no volveré a quejarme de mi suerte, solo déjeme ir y seguiré trabajando firme para no tener que lamentarme por lo que soy.- dijo el conejo mientras se disponía a seguir con su trabajo.

- Espera un momento amigo conejo, no te vayas aún...

De pronto, el baobab estiró sus ramas fuertemente y el corazón que tenía entre ellas se dio al descubierto. Papá conejo se quedó asombrado, pero a la vez temeroso de que el baobab le hiciera alguna especie de daño por hablar mal de la naturaleza. El baobab, en cambio, dio un suspiro de regocijo y, luego de unos segundos de silencio, el corazón del baobab se abrió lentamente. Ese oscuro núcleo comenzó a descubrir todo lo que tenía en su interior y ¡oh sorpresa!, el baobab tenía en el interior de su corazón muchos tesoros : joyas, diamantes, monedas de oro, perlas, rubíes, piedras preciosas, telas finas, etc. Papá conejo se quedó asombrado ante tal espectáculo y el baobab le dijo con voz tierna :

- Toma lo que creas conveniente, vamos, acepta esta poca ayuda que quiero ofrecerte mi buen amigo conejo.

El conejo, muy agradecido, cogió lo que cabía entre sus manos y se marchó contento luego de darle las gracias al baobab por tal muestra de generosidad.

Al llegar a su casa, les contó todo a su familia y, por fin, pudieron cambiar su forma de vida. Papá conejo ahora iba en carro al trabajo, ahora vestía bien, ahora ya estaba muy gordito y siempre andaba limpio. Mamá usaba ropas finas, ahora podía cocinar un rico banquete para sus hijos, remodelaron su casa, y todas esas cosas que hace la gente rica. Ahora mamá conejo llevaba siempre su collar de perlas a las reuniones de sus amigas, y fue en una de esas reuniones donde la señora hiena observó con mucha envidia las riquezas de mamá conejo. La señora hiena, que era muy autoritaria, le exigió a su marido que también le comprase a ella un collar de perlas, que le comprase un auto, que le comprase telas finas y todas las cosas que el marido de mamá coneja le había comprado a ésta.

El señor hiena, sintió curiosidad acerca de cómo el conejo había adquirido tantas riquezas así que un buen día se le acercó y le preguntó qué es lo que éste había hecho. Pues bien, papá conejo, que era de un corazón noble, le contó al señor hiena todo lo sucedido con el baobab. Le contó cómo había llegado a la sombra de éste árbol y el montón de tesoros que había en el interior de su corazón. El señor hiena se emocionó bastante y sin perder ni un segundo se fue hacia donde estaba el baobab para robarle todos los tesoros que había en su corazón y así llenarse de lujos como los que poseía el conejo.

Esta malévola hiena fue hacia donde estaba el apacible baobab y sin perder mucho tiempo se echó bajo la sombra de éste, como le había indicado el buen conejo. Luego, empezó a gritar con voz muy fuerte: “¡ Ay!. ¡qué desdichada es mi vida, qué pobre soy, qué mala suerte la mía, soy tan desdichado!”. El baobab, empezó a sacudir sus ramas suavemente...

- Mi buen amigo hiena, qué grata visita me has dado, ¿por qué te quejas de tu suerte?, ¿es que acaso no eres feliz con lo que eres?.- dijo el baobab.

- Pues no, la verdad no soy lo suficientemente feliz como debería, si tan solo pudiera tener tantos tesoros como el conejo mi vida sería distinta. Si tan solo fuese poseedor de las riquezas que tiene el conejo me sentiría más aliviado.- mencionó la hiena con un tono muy sarcástico.

De pronto, las hojas del baobab se estiraron muy fuerte y éste dio un gran y tierno suspiro. La hiena se quedó impaciente, no podía dejar de caminar de un lado para otro sin dejar de ver lo que descubría las hojas del baobab. Entonces, como ya había sucedido antes, el corazón de este árbol se dio a descubrir y quedó a la vista de la hiena que lentamente empezaba a sacar las garras. El baobab dio otro suspiro y comenzó a abrir el oscuro núcleo que albergaba tantos tesoros, a los cinco segundos el corazón del baobab quedó totalmente al descubierto y, también, los tesoros que poseía en su interior. A la hiena se le salían los ojos ante tanta maravilla; al instante el baobab dijo con su tranquilo tono de voz :

- Toma lo que creas conveniente, vamos, acepta esta poca ayuda que quiero ofrecerte mi estimado señor hiena.

El señor hiena, que tenía una intención muy distinta a la del conejo, pensó que si le arrancaba el corazón al baobab no solo se llevaría lo que alcanzara entre sus manos, sino todos los tesoros de este árbol. El señor hiena pensó que el baobab tenía muchos otros tesoros escondidos en su interior así que se lanzó salvajemente sobre el baobab y, con sus filudas garras, empezó a desgarrar el corazón de este árbol. Lo rasgó y lo rasgó, comenzó a hacerle mucho daño al pobre baobab; esta hiena mordía en hincaba sus dientes sobre la corteza del corazón del baobab para arrancarle así el corazón y quedarse con absolutamente todos los tesoros que estaban en el interior de éste.

Fue un momento muy doloroso para el baobab, que lloraba de dolor y de tristeza por la decepción sufrida a causa de la hiena. De repente, el corazón del baobab se cerró bruscamente y se ocultó nuevamente entre sus hojas que se habían tornado de un verde muy tenebroso. La hiena, que no pudo conseguir ningún tesoro comenzó a maldecir al árbol, comenzó a rasgar su tronco pero fue inútil, pues ahora el tronco del baobab se había vuelto áspero de nuevo y de un aspecto mucho más frío. El señor hiena, muy cansado, dio la media vuelta y se fue a su casa sin ninguna clase de tesoro ya que, a causa de su avaricia, no consiguió lo que quiso.

Cuenta la leyenda que desde ese momento nadie ha vuelto a ver jamás el corazón del baobab y que éste ya no deja que se le acerquen muchos animales debido a que su áspero tronco emana mal olor. Cuentan también que las hienas siempre andan en manada por el desierto en busca de algún otro baobab para conseguir los tesoros que oculta éste árbol.

Y dicen también que el baobab se parece mucho a las personas ya que, a pesar de que éstas aparentan tener una corteza muy dura y áspera, poseen un corazón lleno de tesoros. Sin embargo, las personas, al igual que el baobab, tienen un corazón escondido, muy duro y muy difícil de abrir... ¿Por qué es tan difícil para las personas abrir su corazón?, ¿Por qué se les hace tan complicado demostrar las riquezas que hay en su interior?, ¿Por qué ocultan tal corazón entre sus grandes hojas?, ¿Por qué se rehúsan a volver a entregarle su corazón, como lo hicieron alguna vez, a cierto conejo?, ¿de qué hienas se acordarán? ...

Cuento adaptado del folklore africano (Fuente oral: Francois Valleys).

El árbol del buho

Dicen que la noche en la que nació Pequeño Soñador el cielo se había vestido de gala. Los antepasados brillaban con una luz especial y el señor del poder lanzó un rayo a la tierra a la vez que Pequeño Soñador daba su primer grito.

Las jóvenes mujeres de la tribu que estaban junto a la madre de Pequeño Soñador no entendían lo que había sucedido, sólo la más anciana lo pudo explicar. Pequeño Soñador era el esperado, el que les mostraría el nuevo camino, el que tendría por madre a la Tribu, el que forjaría su fuerza en la soledad.

Pequeño Soñador creció, como había dicho la anciana, entre toda la tribu. Cada ciclo una familia lo acogía, por eso llegó a conocer como nadie los sueños, las inquietudes y los miedos de cada uno de los miembros de la tribu.

Y así, luna a luna se fue convirtiendo en un joven sensible y en un fuerte guerrero. Pero como todos los jóvenes, era impaciente. Una y otra vez preguntaba por qué era distinto a los demás, por qué no había sido aceptado en una familia como siempre hacían cuando un niño se quedaba sin madre. Pero nadie sabía contestarle, sólo le decían que había sido así porque la anciana lo había decidido. Pero ésta hacía muchos años que había regresado a las estrellas y desgraciadamente, no le podía contestar.

Pequeño Soñador trató de aceptar su situación. Se entregó con todas sus fuerzas a la tribu. Trabajaba durante el día con los hombres, aprendió a cazar, a moverse silencioso en el bosque, y durante la noche se reunía con las mujeres y permanecía en silencio, escuchando cuando realizaban un consejo y aprendiendo cómo ellas resolvían los problemas de la tribu.

El tiempo pasaba y cada día se hacía más fuerte, hasta que una noche un rayo cayó en el centro del poblado despertando a toda la tribu. Todos se habían asustado, pero Pequeño Soñador supo que aquello era una señal, su tiempo había llegado. Padre, dijo, me llamas, iré hacia ti, a tu encuentro, a mi encuentro.

Se despidió de todos en la tribu y se adentró en el bosque. Cuando llevaba dos días caminando se le acercó un gran cuervo negro y le pregunto.

-¿A dónde te diriges joven solitario?

-Yo no hablo con los cuervos -le respondió Pequeño Soñador -, sois todos unos pájaros de mal agüero y no tengo por qué contestarte.

El cuervo negro agitó las alas con fuerza y le contestó:

-Eres aún muy joven para entender, pero sea cual sea tu destino no te olvides de una cosa, si no eliminas tus prejuicios jamás podrás encontrar lo que buscas.

Pero Pequeño Soñador estaba demasiado impaciente como para detenerse ante un feo cuervo y continúo su viaje sin prestarle demasiada atención.

Fueron pasando los días y cada vez se adentraba más y más en el oscuro bosque hasta que una mañana volvió a encontrarse con el cuervo.

-¿Otra vez tú aquí?, -le preguntó molesto Pequeño Soñador.

-No, -contestó- eres tú, joven viajero, el que ha regresado a mí.

-Pues no entiendo nada -exclamó enfadado Pequeño Soñador-. Llevo varios días caminando casi sin detenerme, ¿cómo puedo haber vuelto al mismo lugar?

-Ya te dije amigo que no podrías llegar a ningún lugar si pretendías ver las cosas sólo desde tu punto de vista.

Este bosque es mágico, todo está vivo y todo lo que en él vive tiene la sabiduría suficiente para indicarte el camino, pero no puedes poner tus condiciones y no puedes despreciar nada de lo que se te presente.

-Perdóname cuervo -dijo Pequeño Soñador-. Desde hoy nunca más volveré a dejarme engañar por las apariencias y mucho menos por lo que otros digan. Pero oye, estoy pensando, ¿Por qué no me acompañas en mi viaje?

-De verdad que me gustaría -contestó el cuervo- pero yo debo quedarme aquí y proteger la entrada en el bosque. Yo vigilo, aunque muchos no se enteran. Ahora debes continuar tu viaje, lo que tú necesitas sólo lo podrás encontrar en soledad.

Dicen que desde aquel momento Pequeño Soñador no fue el mismo. Entró en el bosque sagrado por la puerta mágica de la confianza y descubrió que el camino que antes había recorrido ya no era igual.

El cuervo tenía razón, tenía mucho que aprender antes de llegar a su objetivo. De pronto todo tomó vida. Las piedras le hablaban de la fuerza que había en su interior. Los pájaros le enseñaron a subir a lo alto de los árboles y contemplar así los obstáculos del camino como diminutos problemas. El agua le enseñó que debía aprovechar cada segundo de su vida porque nunca habría otro momento igual.

Se sentía tan lleno, tan alegre y con tanta necesidad de aprender de todo que casi se olvidó de su objetivo, hasta que un día vio a lo lejos un gran lobo negro que estaba delante de una cueva.

Nadie sabe explicar lo que vivió dentro de la cueva Pequeño Soñador pero dicen que cuando salió de ella llevaba un fardo sagrado y que dentro de él estaba el espíritu de su padre.

Pequeño Soñador regresó junto a su tribu y les indicó el nuevo camino. La tribu le siguió y desde entonces nos vigilan desde aquellas estrellas que están allí, a los lejos".

Y el contador de historias levanto su largo brazo y señaló unos puntos lejanos y brillantes.

-¿Te refieres a las Pléyades? -preguntó uno de los niños.

-Sí -contestó el contador de historias-, así es como vosotros las llamáis.

Y así termina esta leyenda que yo ahora os cuento, y que generación tras generación ha sobrevivido porque, como dicen los ancianos, "lo que nace de las estrellas nunca puede morir".

ELENA G. GOMEZ

El árbol matasano,la serpiente y la laguna del barva

Hace muchos años, tantos que aún no habían llegado a nuestra tierra los primeros descubridores españoles, este país era un dominio de los aztecas. Así lo dicen los documentos de la época española y así también parece desprenderse de la siguiente leyenda que nosotros recogimos de boca de un anciano de más de setenta años, moreno, barbilampiño, posible descendiente de los huetares.

Cuenta la leyenda que en el valle del Abra1 existía un grupo de aborígenes bastante numeroso, distribuido en rancherías; una de ellas, cuyo nombre indígena se perdió, estaba situada en una zona próxima a lo que hoyes San Rafael de Heredia, San Josecito.

Según se desprende de los enterramientos hasta ahora hallados en esa región, estos indios eran hábiles en las artes manuales; sabían hacer en piedra cabezas, retratos, sukias, es decir, hechiceros modelados con bastante perfección, hachas de varios tamaños, cerámicas policromadas y otros objetos más.

Un día llegó a ese pueblo una suntuosa comitiva de indios extranjeros, todos muy bien vestidos, algunos llevaban armas de guerra. En el grupo se destacaba uno que portaba un arbolito de matasano en el que se veía arrollada una serpiente, la cual parecía ser el símbolo de la cultura a la que los visitantes pertenecían.

Los recién llegados eran nada menos que los agentes colectores de tributos en las tierras dominadas por los aztecas. En su lengua se les llamaba calpixquis y los tributos que demandaban eran maíz, telas, cerámica, mujeres, esclavos, etc.

La gente del poblado se reunió en la plaza y los intérpretes tradujeron el deseo de los calpixquis, que era el de dejar allí el arbolito junto con la serpiente2.

Pero sucedió que al poner en el suelo la serpiente, al momento empezó a brotar agua y más agua, cosa que no agradó a los indios quienes suplicaron a los colectores de tributos que se llevaran la serpiente y que dejaran el arbolito de matasano.

Así lo hicieron éstos y cuando, siguiendo su camino con dirección al norte en ruta hacia el país de donde habían venido, llegaron a la cumbre de la montaña más próxima, allí dejaron la serpiente. Del suelo empezó a salir y salir agua, hasta que se formó una laguna: la laguna del volcán Barva3.

Después de estos sucesos habían transcurrido doce lunas cuando la alarma cundió en el pueblo de indios a causa de que la serpiente se había salido de la laguna, había bajado al poblado y andaba devorando niños. Todos los pobladores corrieron al rancho del sukia a pedirle su intervención mágica. El sukia dijo que lo que sucedía era que la serpiente tenía hambre y que para calmarla había que subir a la laguna y ofrecerle sacrificios.

Así se hizo. Desde entonces, año con año, los indios de aquel pueblo llevaban a la laguna niños que inmolaban en honor de la temida serpiente. Los padres de los niños sacrificados recibían como premio poder entrar a la hacienda que por virtud extraña tenía la serpiente en el fondo de la laguna; allí podían recoger y llevar para sus casas, eso sí sólo durante un año, abundantes comestibles que les ayudaban a vivir. Los que no tenían parentesco con los niños sacrificados y que trataban de entrar a aprovisionarse de la laguna, jamás pudieron lograrlo.

Meléndez Ch., Carlos.

El árbol confundidi

Había una vez, algún lugar que podría ser cualquier lugar, y en un tiempo que podría ser cualquier tiempo, un hermoso jardín, con manzanos, naranjos, perales y bellísimos rosales, todos ellos felices y satisfechos.


Todo era alegría en el jardín, excepto por un árbol profundamente triste. El pobre tenía un problema: "No sabía quién era."

Lo que le faltaba era concentración, le decía el manzano, si realmente lo intentas, podrás tener sabrosas manzanas. "¿Ves que fácil es?" No lo escuches, exigía el rosal. Es más sencillo tener rosas y "¿Ves que bellas son?" Y el árbol desesperado, intentaba todo lo que le sugerían, y como no lograba ser como los demás, se sentía cada vez más frustrado.

Un día llegó hasta el jardín el búho, la más sabia de las aves, y al ver la desesperación del árbol, exclamó: No te preocupes, tu problema no es tan grave, es el mismo de muchísimos seres sobre la tierra. Yo te daré la solución:

"No dediques tu vida a ser como los demás quieran que seas...Sé lo que Dios quiere que seas, y para lograrlo, escúchalo."

Y dicho esto, el búho desapareció.

¿Lo que Dios quiere que sea...? Se preguntaba el árbol desesperado, cuándo de pronto, comprendió... Y cerrando los ojos y los oídos, abrió el corazón, y por fin pudo escuchar:

"Tú jamás darás manzanas porque no eres un manzano, ni florecerás cada primavera porque no eres un rosal. Eres un roble, y tu destino es crecer grande y majestuoso. Dar cobijo a las aves, sombra a los viajeros, belleza al paisaje... Tienes una misión "Cúmplela".

Y el árbol se sintió fuerte y seguro y se dispuso a ser todo aquello para lo cual había sido creado. Así, pronto llenó su espacio y fue admirado y respetado por todos.

Y sólo entonces el jardín fue completamente feliz.

El nogal

Érase un cuidado y amplio jardín, rodeado por un alto muro, donde vivían muchos árboles
frutales.

-¿Por qué debo quedarme escondido en este jardín? -dijo un día el nogal-. Yo quiero
prolongar mis ramas hasta el fin del camino para que todos vean la riqueza de mis frutos.
Y poco a poco se las fue arreglando para que sus ramas más bellas colgaran por fuera del
muro, a la vista de todos.

Llegó la época en que aquellas ramas se cargaron de frutos y los que pasaban empezaron
a apoderarse de ellos. Y donde sus manos no llegaban, alcanzaron sus estacas.

En poco tiempo el nogal, apaleado y apedreado, perdió frutos y hojas, y sus brazos
desnudos, terriblemente mutilados, colgaron lacios y tristes por fuera del muro.

El que por vanidad cae en la tentación de exhibir
su riqueza, se expone a que los desaprensivos se
apoderen de ella, dejándole en la indigencia.
 
Leonardo De vinci

Entre árboles

Si eres tú la que busco

ven en la noche de perdidos reflejos,
si eres el cuerpo amado
ven entre árboles, entre canciones.

Aquí te espera un tiempo
desposeído de sus fábulas,
un cuerpo castigado por la vida
y las zarzas de los caminos.

Si eres tú la que vienes
déjame una señal entre los árboles:
un velo blanco, una huella en el polvo
me bastarán en mi miseria.

Ven que la muerte espera,
como floresta magnífica espera la muerte;
si eres tú la que busco
ven protegida por un cielo.

Giovanni Quessep

El árbol que hablaba

Un día, mientras el león paseaba por la pradera encontró un árbol muy extraño; las hojas parecían caras de personas. Escuchó con atención y oyó cómo el árbol hablaba. Asombradísimo dijo:

-¡Nunca he visto algo tan raro!

Apenas hubo dicho esto recibió un fortísimo golpe y quedó inconsciente. Al despertar, pensó en sacar provecho de la situación. Llevaría hasta allí a sus presas y no se esforzaría en cazar.
Así que salió en busca de su cena.

De esta manera, una tras otro, fueron cayendo en su trampa muchísimos animales.
¡Qué inteligente soy! -se decía el león contentísimo- ¡Comeré como un rey!

Pero, un buen día encontró en su camino a la astuta liebre y pensó que también podría engañarla.
Así que repitió ante ella toda su historia ofreciéndose a llevarla hasta el maravilloso árbol. Al llegar dijo la liebre:

-¡Qué árbol tan grande!
-Eso no es lo que debes decir -repuso el león.

Es cierto, contestó la liebre, y volvió a hablar con el árbol halagándolo.
-¡No!, -rugió furioso- no es un árbol hermoso. Debes decir que nunca has visto algo tan raro.
E inmediatamente cayó derribado por un fuerte golpe.
-¡Ay, león! -dijo riendo la liebre- No puedes engañar a todos por mucho tiempo.
Y se fue muy feliz a avisar a sus amigos para que nadie más cayera
 
Mari  Pulido

El granjero y el manzano

Se cuenta que hace tiempo había un granjero que tenía enormes plantaciones de maíz, trigo, soja, y sin mucho más, un enorme árbol de manzanas, que no daba mucho que desear.


Fue así, que un día, una enorme helada mató a todas sus cosechas de maíz, trigo y soja, a esepción del enorme árbol de manzanas. Desesperado, el granjero, al ver qur todas sus cosechas habían sido destruidas, se puso a llorar de bajo del árbol de manzanas, tratando de pensar de qué manera podría vivir ahora sin tener ninguna planta viva para vender y ganar dinero. Y el árbol, al ver al pobre hombre sufrir decidió regalarle uno de sus frutos, el cual él nunca había probado. El hombre, agradecido, decido probarla. Fue tanto el placer que sintió el granjero al saborear esa manzana, nunca antes había probado algo igual. Después de darle las gracias, el manzano dijo-"A cambio de qué me cuides yo te daré todas las manzanas que necesites para poder vivir"-. Al granjero le pareció un buen trato, con solo regarlo él podría ganar sumas impresionantes de dinero.

A medida que pasaba el tiempo, el granjero y el manzano se hicieron grandes amigos. El manzano se sentía feliz de su amigo el granjero, ya que él le daba agua, le sacaba las hormiguitas y en las noches de helada, lo cubría con una enorme frazada, y se quedaba a dormir con él a su lado. El manzano ya no lo traba como "el granjero" sino que como un amigo fiel.

Fue así que un día, en granjero recibió una cantidad enorme de árboles de manzanas, cantidades incalculables de árboles, con frutos deliciosos según el vendedor y que jamás había probado. Con esta cantidad de árboles, el granjero podría quintuplicar sus ganancias, pero a cambio él debía darles gran atención a los arbolitos ya que eran de una familia de manzanas especial.

Es así que con el pasar del tiempo el granjero cuidaba a sus arbolitos con todo su tiempo, dejando de lado al enorme manzano que lo había ayudado a poder salir de la pobreza y ganar dinero para vivir. El tiempo pasaba y el manzano se enfermaba, sus hojas se secaban y caían, y los bichos se comían frutos. El pobre arbolito no podía aguantar ver como el granjero les daba tanta atención a ellos y a él no. Su amigo el granjero lo había abandonado.

Meses más tarde, cuando el granjero se dirige a retirar los primeros frutos de los manzanos, se llevo tal sorpresa al ver que todas las manzanas estaban podridas por dentro, llenas de gusanos, y las que no, estaban horribles.

Indignado el granjero, decidió cortarlos a todos, dejando solo sus raíces.

El granjero asustado al ver que todas sus ganancias se iban a pique, recordó al viejo manzano, que tal vez podría ayudarlo nuevamente para salir de esta situación.

Gran sorpresa se llevó cuando vio que en el lugar donde estaba el manzano solo quedaba un enorme agujero. Mayor sorpresa se llevó cuando miró hacia su costado y divisó al manzano en la granja del Sr.Carls, uno de los mejores agricultores del país.

De inmediato salió corriendo hacia la granja para reprocharle el porque se había robado su manzano. El granjero estaba indignado por tal apropiación.

Cuando toca la puerta, el granjero Carls sale y decide saludarlo como todas las mañanas, pero inmediatamente, antes de poder estrechar manos, el granjero empieza a gritar y pedir explicaciones por tal comportamiento.

El granjero Carls, inmediatamente, con una sonrisa amigable le dice:

-"Creo que sería mejor que hable con su manzano sobre esto, señor mío, además yo no lo traje hasta aquí, el solito llego hasta aquí, haciendo un esfuerzo tremendo, arrastrando sus raíces mordidas y sus hojas marchitas"-

Que sorpresa se llevó el granjero al descubrir que el manzano podía caminar, pero aun no entendía porque él se había escapado, acaso él no lo había tratado tan bien en esas frías noches de invierno.

Cuando llega a la sima del monte donde se encontraba el manzano, le pregunta:

-"¿Manzano, por qué te has escapado de mi granja, acaso no te cuide, no te trate bien?"-.

El manzano, con una fría mirada y con un susurro del viento dijo:

-"Si, acepto que me has tratado bien, me cuidaste en muchos momentos, eso no lo puedo negar y nunca lo voy a olvidar, nos tratábamos como hermanos; hasta que la codicia te atrapó y me dejaste solo, con los bichitos y el invierno y decidiste darle toda tu atención a esos manzanos, manzanos podridos por dentro, que solo te dejarían con hambre. No podía ver como me dejaste a mí por ellos así que decidí levantar mis raíces, mover mi ramas y salir arrastrándome de tu granja, llevando conmigo la ultima manzana, que tal vez algún granjero al probarla me podría ayudar. Pero no fue necesario, ya que cuando llegue a esta granja, agotado y casi seco, el granjero Carls al verme, decidió urgentemente ayudarme y sin probar la manzana, me plantó en este monte, me dio agua y me quitó todos los insectos, hasta ser después que el probó la manzana y se deleito con esta.

En cambio, tu, solamente te diste cuenta de mi presencia al final de todo, cuando las heladas habían destruido todas tus cosechas y ya no tenías a ninguna planta que te diera algo para vender, a así poder vivir. Ahora te has quedado solo.

viernes, 11 de junio de 2010

El hombre y el árbol

Se dobla con la carga de su yugo
bajo el árbol gentil que lo acompaña.
Silenciosa palpita en su pestaña
el fruto de la pena que hecha jugo,

al sentir como hachazo de verdugo
a la muerte que exhibe su guadaña,
que roza levemente y hasta araña
al roto corazón hecho mendrugo.

La tierra de su llanto se alimenta
bajo el árbol que acuña sus penares.
Ayuno de ilusión que lo desmienta
y expósito de risas y cantares,
abrazado a su árbol se contenta
sintiendo que se alivian sus pesares.
Gustavo pertierra

La balada del viento y los árboles

Fuiste la más bella flor
Que ha florecido en mi vida

Fuiste una viva llama roja que resplandecía con ferocidad
Fuiste el viento que agitaba las ramas

¿Puedes escuchar la balada del viento y los arboles?
¿Puedes oír el tumulto de tu juventud?
Aaah......Tiene que haber más gente que recuerde su propia juventud.
Fuiste el viento que agitaba mis ramas

¿Puedes escuchar la balada del viento y los arboles?
¿Puedes oír el tumulto de tu juventud?
Aaah......Tiene que haber más gente que recuerde su propia juventud.

Fuiste el viento que agitaba mis ramas

Gilbert cocteau

¿Quién eres?

Un tipo vivía obsesionado con su plantación de naranjos y todos los días inventariaba árbol por árbol. Un día, en su inventario diario, le hizo falta una naranja, así que el hombre fue a revisar todos los libros de inventario y confirmó que efectivamente le hacía falta una naranja. No le dio más importancia pero al otro día le hizo falta otra naranja y así durante toda la semana. Al final de semana el hombre estaba muy molesto y se dijo:

Aquí alguien me está robando.

Esa misma noche sacó su escopeta y esperó al ladrón subido en uno de los árboles. En la madrugada ve una sombra que se escabulle por entre los árboles y se dice:

Aquí está ese maldito, le llegó su hora.

En eso, el ladrón subió en el mismo árbol en el que estaba el dueño de las naranjas. Entonces, cuando pasó cerca de él le agarró los testículos y se los apretó lo más duro que pudo preguntando:

¿Quién eres?
Y el ratero, paralizado del dolor sólo atinaba a decir:
Mmhhhhhmmh.

El propietario volvió a preguntar al tiempo que apretaba más fuerte:

¿Quién eres?
Y ladrón sólo decía:
Mmmhhhhmmmm...

El dueño, enfurecido, apretó con mucho más fuerza, jalándolos hacia la derecha, la izquierda, para arriba, para abajo, y preguntó otra vez:

¿Quién eres?
Entonces, el ladrón, sacando fuerza de donde pudo, exclamó:

¡¡Mmmiguel eell mmmudo!!

Moraleja: existiendo dos buenas razones ...hasta los mudos hablan.

El misterio del árbol rosca

Había una vez un majestuoso y monumental árbol en forma de rosca que se erguía orgulloso en el jardín de la casa del estricto y misterioso señor Mark. Desde la vivienda vecina un pequeño y vivaz niño de cuatro años llamado Marcelo sueña con trepar por las ramas del árbol hasta llegar a la frondosa cima en forma de rosca. Un día, Marcelo no lo resiste más y entra al jardín de su vecino en busca de hacer realidad la ansiada ilusión de elevarse entre las hojas de dicho árbol. Es entonces cuando el audaz niño descubre un grandioso secreto que cambia de inmediato todo el pequeño gran mundo que él conocía hasta entonces, trasladándolo a otro momento de su vida en un abrir y cerrar de ojos.
La cantante, compositora y escritora de literatura infantil Magda Botteri nos sorprende una vez más con una tierna historia llena de divertidas canciones, que será el deleite de los más pequeños de la casa. La autora peruana nos sumerge en un mundo en donde la realidad y la fantasía se mezclan de una manera original y amena en una historia que nos habla de la curiosidad innata de los niños, de los secretos de la naturaleza y de la importancia de vivir cada etapa de nuestra vida disfrutándola al máximo.

Marga Botteri

La soberbia del árbol

Dicen que hace muchísimo tiempo a los árboles no se les caían las hojas.

Y sucedió que un anciano iba vagando por el mundo desde joven, pues su propósito era conocerlo todo. Al final estaba muy pero que muy cansado de subir y bajar montañas, atravesar ríos, praderas, bosques, y andar y andar. De manera que decidió subir a la más alta montaña del mundo, desde donde, quizás, podría verlo y conocerlo todo antes de morir. Lo malo es que la montaña era tan alta, que para llegar a la cumbre había que atravesar las nubes y subir más alto que ellas. Tan alta que casi podía tocar la luna con la mano extendida.

Pero al llegar a lo más alto, comprobó que sólo podía distinguir un mar de nubes por debajo de él y no el mundo que deseaba conocer. Resignado, decidió descansar un poco antes de continuar con su viaje. Siguió andando hasta que encontró un árbol gigantesco. Al sentarse a su gran sombra, no pudo menos que exclamar:

—¡Los dioses deben protegerte, pues ni la ventisca ni el huracán han podido abatir tu grandioso tronco ni arrancar una sola de tus hojas!

—Ni mucho menos, —contestó el árbol sacudiendo sus ramas con altivez y produciendo un gran escándalo con el sonido de sus hojas—, el maligno viento no es amigo de nadie, ni perdona a nadie, lo que ocurre es que yo soy más fuerte y hermoso. El viento se detiene asustado ante mí, no sea que me enfade con él y lo castigue, sabe bien que nada puede contra mí.

El anciano se levantó y se marchó, indignado de que algo tan bello pudiese ser tan necio como lo era ese árbol. Al rato, el cielo se oscureció y la tierra parecía temblar. Apareció el viento en persona:

—¿Qué tal, arbolito? —rugió el viento—, así que no soy lo bastante potente para ti, y te tengo miedo? ¡Ja, ja, ja!

Al sonido de su risa, todos los arboles del bosque se inclinaron atemorizados.

—Has de saber que si hasta ahora te he dejado en paz ha sido porque das sombra y cobijo al caminante, ¿no lo sabías?

—No, no lo sabía.

—Pues mañana a la luz del sol tendrás tu castigo, para que todos vean lo que les ocurre a los soberbios, ingratos y necios.

—Perdón, ten piedad, no lo haré más.

—¡Ja, ja, ja, de eso estoy seguro, ja, ja ja!

Mientras transcurría la noche, el árbol meditaba sobre la terrible venganza del viento. Hasta que se le ocurrió un remedio que quizás le permitiese sobrevivir a la cólera del viento. Se despojó de todas sus hojas y flores, de manera que, a la salida del sol, en vez de un árbol magnífico, rey de los bosques, el viento encontró un miserable tronco, mutilado y desnudo. Al verlo, el viento se echó a reir. Cuando pudo parar de reír, le dijo así al árbol:

—En verdad que ahora ofreces un espectáculo triste y grotesco. Yo no hubiese sido tan cruel, qué mayor venganza para el orgullo que la que tu mismo te has infligido. De ahora en adelante, todos los años tú y tus descendientes, que no quisisteis inclinaros ante mí, recuperaréis este aspecto, para que nunca olvidéis que no se debe ser necio y orgulloso.

Por eso los descendientes de aquel antiguo árbol pierden las hojas en otoño. Para que nunca olviden que nada es más fuerte que el viento.

Leyenda tibetana

Leyenda de los árboles

Había en lo alto de la montaña tres árboles jóvenes, que soñaban con frecuencia, que serían cuando fuesen mayores.

-El primero de ellos mirando a las estrellas, dijo: Yo quiero ser el cofre mas valioso del mundo, lleno de tesoros.

-El segundo mirando al río suspiró: Yo quiero ser un barco, para cruzar el océano y llevar a reyes y a reinas.

-El tercero mirando hacia el valle añadió: Yo solo quiero ser árbol. Quiero quedarme en lo alto de la montaña y crecer tanto que cuando miren hacia aquí, las personas levanten sus ojos y piensen en Dios.

Pasaron muchos años y un buen día vinieron los humanos y cortaron los árboles, que estaban tan ansiosos por hacer realidad sus sueños. Pero los leñadores, no acostumbran a escuchar ni a perder el tiempo con sueños. El primer árbol, fue vendido y acabó transformado en un carro de animales, para transportar estiércol.

Del segundo árbol, se hizo un sencillo barco de pesca, que cargaba personas y peces todos los días. El tercer árbol, fue troceado en tablones y apilado en un almacén municipal de suministros.

Decepcionados y tristes al verse así unos y otros se preguntaban:
Porqué esto ¿ Para que estamos aquí ¿ Se acabaron los sueños.

Pero una noche , llena de luz y de estrellas, una joven mujer colocó a su bebé recién nacido, sobre el carro de animales. Y de repente el primer árbol, se dio cuenta de que llevaba sobre sí, el mayor tesoro del mundo.

El segundo árbol, acabó un día transportando a un hombre que terminó durmiendo en su seno; cuando se levanto la tempestad y quiso hundir la barca, aquel hombre se irguió y dijo: Paz. En aquel instante, el segundo árbol comprendió, que estaba llevando al rey de cielo y tierra.

Años mas tarde, a la hora de sexta, el tercer árbol se estremeció cuando los tablones fueron unidos en forma de cruz y un hombre fue clavado en ellos. Por unos instantes se vio indigno y cruel. Pero cuando amaneció el domingo, el mundo se llenó de inmensa alegría. Y el tercer árbol comprendió, que en él habían colgado a un hombre salvación para el mundo y que al mirar el árbol de la cruz, las personas se sentirían infinitamente amadas por Dios y por su Hijo.

Aquellos árboles, habían abrigado sueños y deseos; pero la realidad había sido mil veces, mas hermosa de lo que jamás, habían podido imaginar.

( M. Mckenna)

martes, 25 de mayo de 2010

El sauce llorón y los almendros

Erase una vez un árbol, que aunque no tenía fruto, no fue desarraigado por su dueño.


Lo dejo entre los árboles que sí tenían fruto. Aunque era un árbol de otra clase y no daba fruto, era tan sumamente bello que el dueño del campo lo dejó y no lo desarraigó.

Un día, el dueño del campo, meditó en su corazón preguntándose… ¿Qué fruto de ese árbol? Él veía que todos los árboles de su campo daban fruto, pero este era diferente porque no daba fruto comestible. En ese día fue el hijo del dueño al campo. Pregunto el padre a su hijo al verlo… ¡Hijo!, estoy preocupado por un sauce que esta entre mis almendros… Añadió… ¿Qué hago?, pues este árbol esta en medio y no da fruto.

El hijo respondió a su padre que era el dueño de todos los árboles… Padre, dadme el árbol. Por favor, regálamelo.

El padre le dijo… Hijo, aunque este árbol no me da fruto; pero porque tú me lo pides, no lo desarraigaré del campo por amor a ti.

Su padre pensó en su corazón… ¿Para qué quiere mi hijo este árbol que no sirve para nada entre mis almendros?

Un día, coma los demás, fue el padre con su hijo para la recogida de los almendros y se fijó en el Sauce.

El Sauce era sumamente bello, pero no daba almendras. El Sauce era muy grande y seguía allí, en medio de los almendros.

El Padre, dueño del campo, ese día termino de recoger todas las almendras con su hijo.

… Hijo mío ya hemos recogido todo el fruto de los árboles… Y añadió… ¡Y Tú!, ¿Qué fruto has recogido de tu árbol sin almendras?…Preguntó el padre.

El hijo le respondió… Padre no tengo fruto ninguno, pero me he sentado de vez en cuando debajo de sus ramas y me he quitado el dolor en mi corazón; pues al tumbarme cerca de sus ramas, he visto su belleza y su grandeza y me he maravillado tanto y tanto que me ha alegrado el corazón que he recobrado ánimo y fuerzas gracias a Él, y de esta, he rendido mucho más recogiendo las almendras.

El padre se animó muchísimo y le dijo… Hijo mío; ya no le desarraigaré jamás, pues este árbol el ánimo como fruto y de esta manera trabajaremos mejor en la recogida de los árboles que dan fruto.

Aunque era un árbol distinto y sin fruto, siempre les protegía de la lluvia, por su grandeza; del sol abrasador en verano y en su hermosura meditaban sus poseías.

Por último, su hijo le preguntó a su padre…¡Padre!, ¿En tu campo hay ahora algún árbol sin fruto?

Respondió su padre y dijo… Hoy estoy contento, pues todos los árboles de mi campo dan mucho fruto…añadió a su hijo…Gracias hijo, pues por ti, este árbol, sigue en mi campo vivo y creciendo.

Después se abrazo a su hijo y lloraron de alegría por el árbol si desarraigar. Luego juntos se marcharon a su casa muy contentos y lo celebraron

La leyenda del árbol sagrado

SE DICE QUE EN JAPON EN LA ERA FEUDAL LOS ESPIRITUS Y LOS MONSTRUOS, DECIDIERON LIBERASE Y ESTR EN LA SUPERFICIE DE LA TIERRA SIN ESCONDERSE DE LA SOCIEDAD, POR LO QUE VAGABAN EN TODAS LAS DIRECCIONES POSIBLES, CAUSANDO DESTRUCCION Y TERROR A SU PASO. DICHOS SERES ERAN TAN PODEROSOS QUE SOLO LAS CUATRO BESTIAS SAGRADAS QUE FUNGIAN LOS COMO LOS CUATRO  PUNTOS CARDINALES.EL AVE DE FUEGO  DEL NORTE, EL ZORRO BLANCO DEL SUR,   EL DRAGON  DEL ESTE Y QUIEN SERIA COMO EL PADRE DE INUYASHA  EL PERRO SAGRADO  DEL OESTE, SIGUIENDO SU FUNCION, LOS GUARDIANES LUCHARON CONTRA LOS ESPIRITUS Y MONSTRUOS QUE ATORMENTABAN A LA HUMANIDAD, SIN EMBARGO ESTO NO TUVO UN FINAL FELIZ, YA QUE TRES DE LAS BESTIAS FALLECIERON CUMPLIENDO SU DEBER. EL UNICO QUE SOBREVIVIO FUE EL GUARDIAN DEL OESTE, QUIEN TEMEROSO DE QUE SE EXTINGUIERA SU LEGADO, LE PIDE A UNA JOVEN HUMANA EL FAVOR DE CONTINUAR CON SU DESCENDENCIA.


EN EL MOMENTO EN EL QUE EL GUARDIAN LE PROPONE ESTO A LA JOVEN, ESTA EXPERIMENTA SENTIMIENTOS ENCONTRADOS, YA QUE POR UN LADO SE SENTIA COMPROMETIDA POR TAL PETICION, TAMBIEN SE SENTIA HONRADA PORQ ESE GUARDIAN FORMABA PART DEL GRUPO QUE SALVO AL MUNDO. DESPUES DE MEDITARLO, DECIDE ACEPTAR TENER UN HIJO CON EL “PERRO SAGRADO”.

CON EL PASO DEL TIEMPO, LA JOVEN DIO A LUZ A SU ANHELADO HIJO, PERO NO ERA UN NIÑO NORMAL, NO ERA NI BESTIA NI HUMANO, ERA UNA COMBINACION DE AMBAS. ELLA ESTABA CONSIENTE DE QUE EL ERA DIFERENTE A LOS DEMAS PERO AL FIN DE CUENTAS ERA SU HIJO.

SIN EMBARGO NO TODOS PENSABAN DE LA MISMA FORMA, POR UN LADO EN LA ALDEAN LE TEMIAN, YA QUE PENSABAN QUE PODIAN LASTIMARLOS, Y LAS BESTIAS NO LO CONSIDERABAN DIGNO, YA QUE NO ENIA SANGRE PURA. EL NIÑO ESTABA CONSIENE DE SU CONDICION PERO SE SENTIA PROTEGIDO X SU MADRE, QUIEN LO AMABA. PERO NO TODO ES PARA SIEMPRE, YA QUE AL PASAR LOA AÑOS SU MADRE FALLECIO.

PERO ESTE ACONTECIMIENTO FUE EL PREIMERO QUE MARCARIA UNA VIDA LLENA DE DOLOR Y TEMOR, YA QUE UNO DE SUS HERMANOS, EL MAYOR QUE ERA UN MOSNTRUO DE SANGRE PURA DECIDIO ACABAR CON SUS HERMANOS QUE EL CONSIDERABA BASTARDOS. DESPUES DE TERMINAR CON LA VIDA DEL HERMANO PEQUEÑO FUE EN BUSQUEDA DEL HIBRIDO CON LA INTENCION DE MATARLO, SIN EMBARGO EL HIBRIDO SE DIRIGIO A LA TUMBA DE SU PADREE HIZO UNA ESPADA CON UNO DE LOS COLMILLOS DE SU PADRE PARA PROTEGERSE DE SU HERMANO.


EL HIBRIDO PUDO ENFRENTARSE A SU HERMANO PERO AMBOS QUEDARON MUY LASTIMADOS, LLEGANDO A QUEDAR INCONSIENTES.

PERO POR ARTE DE MAGIA, EL HERMANO AL DESPERTAR TENIA FORMA DE HUMANO. EL HIBRIDO CON SU NUEVA APARIENCIA FUE DESCUBIERTO POR UNA BELLA CHICA, CON QUIEN SE DIO EL AMOR A PRIMERA VISTA, DICHO FLECHAZO FUE TAN FUERTE QUE SIN PENSARLO MUCHO DECIDIERON CASARSE Y JURARSE AMOR ETERNO.

PERO LA FELICIDAD DEL HIBRIDO FUE MINADA POR EL MISMO, YA QUE DIAS DSPUES DE LA BODA DECIDIO LLEVARLA AL BOSQUE PARA MOSTRARSE TAL COMO ERA, MITAD DEMONIO Y MITAD HUMANO. SIN EMBARGO LAS COSAS NO SALIERON COMO EL ESPERABA, YA QUE SU ESPOSA AL VER SU VERDADERA APARIENCIA, NO SUPO QUE HACER A PRIMERA INSTANCIA, PERO DESPUES LLENA DE TEMOR Y HORROR, TOMO UNA ESTACA Y LA CLAVO EN EL CORAZON DE SU AMADO, DEJANDOLO UNIDO AL ROBLE MAS GRANDE DEL LUGAR. DESPUES DE TAN ABERRANTE SITUACION, LA MUJER SE QUITO LA VIDA, CON LA FIRME IDEA DE QUE CUANDO LLEGASEN A REENCARNAR, SE ENCONTRARIAN DE NUEVO Y SERIAN FELICES.

Y SI CREES QUE ESTO ES TRAGICO, AUN HAY MAS TRISTEZA, YA QUE LA MUJER IGNORABA QUE EL ALMA DE ESA CRIATURA HABIA SIDO SELLADA JUNTO CON SU CUERPO AL ARBOL, POR LO QUE NUNCA PUDIERON ESTRA JUNTOS OTRA VEZ.

En los árboles del huerto

En los árboles del huerto
hay un ruiseñor:
Canta de noche y de día
canta a la luna y al sol.

Ronco de cantar
al huerto vendrá la niña
y una rosa cortará.

Entre las negras encinas
hay una fuente de piedra
y un cantarillo de barro
que nunca se llena.
Por el encinar
con la luna blanca
ella volverá.

ANTONIO MACHADO

Poema del árbol

Árbol, buen árbol, que tras la borrasca
te erguiste en desnudez y desaliento,
sobre una gran alfombra de hojarasca
que removía indiferente el viento…

Hoy he visto en tus ramas la primera
hoja verde, mojada de rocío,
como un regalo de la primavera,
buen árbol del estío.

Y en esa verde punta
que está brotando en ti de no sé dónde,
hay algo que en silencio me pregunta
o silenciosamente me responde.

Sí, buen árbol; ya he visto como truecas
el fango en flor, y sé lo que me dices;
ya sé que con tus propias hojas secas
se han nutrido de nuevo tus raíces.

Y así también un día,
este amor que murió calladamente,
renacerá de mi melancolía
en otro amor, igual y diferente.

No; tu augurio risueño,
tu instinto vegetal no se equivoca:
Soñaré en otra almohada el mismo sueño,
y daré el mismo beso en otra boca.

Y, en cordial semejanza,
buen árbol, quizá pronto te recuerde,
cuando brote en mi vida una esperanza
que se parezca un poco a tu hoja verde…

Antonio Machado

Fábula de los pájaros sin árbol

Un hombre necio renegaba de un árbol de su patio que no daba frutos agradables ni comestibles. Le contrariaba que todos sus vecinos tuvieran en sus parcelas árboles de exquisitos frutos y no él.

Un día decidió cortar el árbol con un hacha, argumentando que aquél no servía para nada. Cuando dio el primer hachazo, volaron todos los pájaros que anidaban en sus ramas. Entonces el árbol le habló suplicante:

“No me cortes. Debes de saber que mis frutos, aunque no te gusten, son el alimento de muchos pájaros que viven en mis ramas. No puedes exigir al cardo que te dé uvas, ni al hombre amargado que dé amor, ni al tonto que sea inteligente. Acepta al mundo tal cual es...”

¡Creo que ya es muy tarde!, contestó consternado el hachador por lo que había hecho. Te he dado un golpe mortal. El árbol cayó, y con él, todos sus sueños y sus nidos.

Después de aquello, los pájaros ya no volvieron. El hombre necio descubrió que su corazón era como aquel árbol que su hacha acababa de derribar. Entonces lloró de arrepentimiento, de haber cortado su propio corazón.

Desde entonces en la llanura crecen árboles sin pájaros, como en el alma sueños sin alas, humanos árboles sin frutos ni amor...

Carlos Balaguer

El Anciano y los tres Jóvenes

Hallábase plantando árboles un viejo de ochenta años. Y tres jovenzuelos de la vecindad le decían:

-¡Pase que construyera una choza; pero plantar a esta edad! Porque, en nombre de los dioses, ¿podéis decirnos qué fruto esperáis recoger de vuestro trabajo? ¡Tendríais que vivir tanto como un patriarca! ¿Para qué cargáis lo que os resta de vida con los cuidados de un mañana que no veréis? Ya no debéis meditar sino en vuestros yerros pasados. Abandonad las esperanzas ambiciosas y los vastos pensamientos. Nada de esto os conviene.

-Es a vosotros a quien esto no conviene- replicó el anciano-. Toda humana empresas viene tarde y dura poco. La mano de las pálidas Parcas se ríe de vuestros días y de los míos. Iguales por su brevedad son nuestras vidas. ¿Quién gozará de nosotros las últimas luces de la bóveda azul? ¿Hay algún momento en que podáis contar con el minuto siguiente? Mis tataranietos me agradecerán esta sombra. ¿Es que podéis prohibir al hombre cuerdo que se tome fatigas por el placer ajeno? He aquí un fruto del que gozo hoy, del que podré gozar mañana y muchos días aún. En fin, todavía podré contar la aurora más de una vez sobre vuestras tumbas.

El anciano tuvo razón. Uno de los tres jovenzuelos se ahogó en el mismo puerto al partir para América; el segundo, ansioso de alcanzar las grandes dignidades, halló en el empleo de Marte un golpe imprevisto que le arrebató sus días; el tercero, cayó de un árbol cuando se hallaba podándolo. Y el anciano, luego de llorar a los tres, grabó en su mármol lo que acabo de contaros.


La Fontaine

Las metamorfosis de Piktor

El joven Piktor ha entrado en el Paraíso y se encuentra frente a un árbol que es a la vez hombre y mujer. Con veneración lo mira y le pregunta: “¿Eres tú acaso el Árbol de la Vida?” Pero cuando, en lugar del árbol, le responde la Serpiente, Piktor se vuelve para continuar su camino. Contempla todo con atención y todo le encanta en el Paraíso. Claramente presiente que se halla en el origen, en la fuente de la vida. Ve otro árbol, que es ahora al mismo tiempo Sol y Luna. Y Piktor le pregunta: “¿Eres acaso tú el Árbol de la Vida?” El Sol lo confirmó riendo; la Luna, con una sonrisa.

Flores maravillosas le contemplaron, flores de variados colores, flores que tenían ojos y caras. Algunas reían ampliamente, otras casquivanas; algunas ni se movían ni reían, permanecían mudas, ebrias, hundidas en sí mismas, envueltas en su propio perfume, como sofocadas. Una flor le cantó la canción de las lilas; otra, una canción de cuna azul oscura. Una flor tenía los ojos como un zafiro duro; otra le recordó su primer amor; otra, el color del jardín de su niñez, la voz de su madre y su perfume. Esta se rió, aquélla le sacó la lengua, una lengüita curva, rosada, que se le aproximó. Piktor extendió la suya para tocarla. Le encontró un sabor agrio y salvaje, a racimo y a miel y también como al beso de una mujer.

Aquí, entre todas estas flores, Piktor se sintió henchido de nostalgia y temeroso. Su corazón latió fuerte, como una campana, quemándose, tendiendo hacia algo desconocido.

Piktor vio ahora un pájaro reclinado en el pasto, refulgiendo de tal suerte que parecía poseer todos los colores.

Y Piktor le preguntó: - ¡Oh pájaro! ¿Dónde se encuentra la felicidad?- ¿La felicidad? Se encuentra en todas partes: en la montaña y en el valle, en la flor y en el cristal.El pájaro sacudió alegre sus plumas, movió el cuello, agitó la cola, guiñó un ojo y se quedó inmóvil sobre el pasto. Repentinamente se había transformado en una flor, las plumas eran hojas, las patas raíces. Piktor lo contempló maravillado.

Pero casi enseguida, la flor-pájaro movió sus hojas; se había cansado de ser flor y ya no tenía más raíces. Proyectándose lánguidamente hacia arriba, se transformaba en mariposa, meciéndose sin peso, toda luz.

Piktor se maravillaba aún más. El alegre pájaro-flor-mariposa voló en círculos en torno de él, brillando como el sol; se deslizó hacia la tierra y, como un copo de nieve, quedóse allí, junto a los pies de Piktor. Respiró, tembló un poco con sus alas luminosas y, de inmediato, se transformó en cristal, de cuyos cantos irradiaba una luz rojiza. Maravillosamente brilló entre la hierba, como campanas que tocan para una fiesta.

Así brilló la joya.

Mas parecía ya que su fin se acercaba, que la tierra la atraía, y la piedra preciosa fue disminuyendo con rapidez, como si quisiera hundirse bajo la hierba.

Entonces Piktor, llevado por un deseo imperioso, tomó la joya entre sus manos y la retuvo. Con fervor miró su luz mágica; traspasaba su corazón una añoranza por todas las venturas.

Fue en ese instante que de la rama de un árbol muerto se deslizó la Serpiente y le susurró al oído: “La joya se transforma en lo que tú quieras. Comunícale rápido tu deseo, antes que sea tarde”.

Piktor temió perder la oportunidad de alcanzar su felicidad. Con premura dijo la secreta palabra.

Y se transformó en un árbol. Porque árbol era lo que Piktor siempre había añorado ser. Porque los árboles están llenos de calma, fuerza y dignidad.

Creció hundiendo sus raíces en la tierra y extendiendo su copa hacia el cielo. Hojas y ramas nuevas surgieron de su tronco. Era feliz con ello. Sus raíces sedientas absorbieron el agua de la tierra, mientras las hojas se mecían en el azul del cielo. Insectos vivían en su corteza y a sus pies se cobijaron las liebres y el puerco espín.

En el Paraíso, alrededor suyo, la mayoría de los seres y las cosas se transformaban en la corriente hechizada de las metamorfosis. Vio fieras que se cambiaron en piedras preciosas o que partieron volando como pájaros radiantes. Junto a sí, varios árboles desaparecieron de improviso; se habían vuelto vertientes; uno se hizo cocodrilo, otro se fue nadando, lleno de gozo, transformado en pez. Nuevas formas, nuevos juegos. Elefantes trasmutaron sus vestidos en rocas, jirafas se convirtieron en monstruosas flores.

Pero él, el Árbol-Piktor, siempre se quedó igual; no podía transformarse más.

Desde que se dio cuenta de ello, desapareció su felicidad y, poco a poco, comenzó a envejecer, tomando el aspecto cansado, serio y ausente que se puede observar en muchos árboles antiguos.

También los caballos y los pájaros, también los seres humanos y todas aquellas criaturas que han perdido el don de la renovación, se descomponen con el tiempo, pierden su belleza, se llenan de tristeza y preocupación.

Una vez, una niña muy joven se perdió en el Paraíso. Su pelo era rubio y su traje, azul. Cantando y bailando, llegó junto al Árbol-Piktor. Más de un mono inteligente se rió destemplado detrás de ella; más de un arbusto le rozó el cuerpo con sus ramas; más de un árbol le arrojó una flor o una manzana, sin que ella lo notase. Y cuando el Árbol-Piktor vio a la niña, fue presa de una desconocida nostalgia, de un inmenso deseo de felicidad. Sentía como si su propia sangre le gritara: “¡Reflexiona, recuerda hoy toda tu vida, descubre su sentido! Si no lo haces, será ya tarde y nunca más vendrá la felicidad.”

Y Piktor obedeció. Recordó su pasado, sus años de hombre, su partida hacia el Paraíso y, en especial, aquel momento que precedió a su transformación en árbol, aquel maravilloso instante cuando aprisionara la joya mágica entre sus manos. En aquel entonces, como todas las metamorfosis le eran posibles, la vida latía poderosamente dentro de él. Se acordó del pájaro que había reído y del árbol Sol y Luna. Le pareció descubrir que entonces olvidó algo, dejó de hacer alguna cosa y que el consejo de la Serpiente le había sido fatal.

La niña escuchó el ulular de las hojas del Árbol-Piktor, moviéndose en marejadas. Miró a lo alto y sintió como un dolor en el corazón. Pensamientos, deseos y sueños desconocidos se agitaron en su interior. Atraída por estas fuerzas, se sentó a la sombra de las ramas. Creyó intuir que el árbol era solitario y triste, al mismo tiempo que emocionante y noble en su total aislamiento. Embriagadora sonaba la canción de los murmullos en su copa. La niña se reclinó sobre el tronco áspero, sintió como se conmovía y un estremecimiento igual la recorrió. Sobre el cielo de su alma cruzaron nubes. Lentamente cayeron de sus ojos lágrimas pesadas. ¿Qué era esto? ¿Por qué el corazón deseaba hasta casi romper el pecho, tendiendo hacia un más allá, hacia aquél, el bello solitario?

El Árbol-Piktor tembló hasta sus raíces, con vehemencia acumuló todas las fuerzas de su vida, dirigiéndolas hacia la niña en un deseo de unirse a ella para siempre. ¡Ay, que se había dejado engañar por la Serpiente y era ahora sólo un árbol! ¡Qué ciego y necio había sido! ¿Tan extraño para él fue el secreto de la vida? ¡No, porque algo había presentido oscuramente entonces! Y con enorme tristeza recordó al árbol que era hombre y mujer.

Entonces un pájaro se aproximó volando en círculos, un pájaro rojo y verde. La niña lo vio llegar. Algo cayó de su pico. Luminoso como un rayo, rojo como la sangre o como una brasa, precipitándose en la hierba, iluminándola. La niña se inclinó para recogerlo. Era un carbúnculo, una piedra preciosa.

Apenas tomó la piedra en sus manos, cumplióse el deseo del cual su corazón hallábase colmado. Extasiada, fundióse e hízose una con el árbol, transformándose en una fuerte rama nueva, que creció con rapidez hacia los cielos.

Ahora todo era perfecto y el mundo estaba en orden. Únicamente en este instante se había hallado el Paraíso. Piktor ya no era más un árbol viejo y preocupado. Y Piktor cantó fuerte, en voz alta: “¡Piktoria! ¡Victoria!” Se había transformado, pero alcanzando la verdad en la eterna metamorfosis; porque de un medio se había cambiado en un entero. De ahora en adelante podría transformarse tanto como lo deseara. Para siempre deslizóse por su sangre la corriente hechizada de la Creación, tomando así parte, eternamente, en la creación que a cada instante se renueva. Fue venado, pez, hombre y serpiente, nube y pájaro; pero en cada forma se hallaba entero, en cada imagen era una pareja, dentro de sí tenía al Sol y a la Luna, era hombre y era mujer. Como río gemelo deslizábase por los países; como estrella doble, en el alto cielo.

Hermann Hesse

miércoles, 12 de mayo de 2010

El árbol del vampiro

Cuenta una de las leyendas del Panteon de Belen que hubo un vampiro que se alimentaba de la sangre de los tapatíos. Todo empezó cuando encontraban pequeños animales en la ciudad sin una gota de sangre.

Después encontraron niños muertos y lo peor sin sangre. Pánico reinaba en las calles al caer la noche. La gente no salía al oscurecer y se quedaban en sus casas rezando por sus vidas.

Hubo unas personas que estaban cansadas de esta situación y se armaron de valor para acabar con la amenaza nocturna. Después de seguir la pista del Vampiro lo emboscaron. La misma noche le pusieron una estaca de madera en el corazón que la causo la muerte.

Al día siguiente la comunidad lo sepulto y pusieron lapidas grandes sobre el cuerpo, con la esperanza de que no surgiera otra vez por la noche.

Después de muchos meses las lapidas fueron quebrantadas. Y un árbol salio de la tumba del Vampiro. Ese árbol todavía existe en el panteón y se cree que nació de la estaca que fue clavada en el corazón del Vampiro. Cuando la gente cortaba pequeños pedazos del árbol este sangraba. La sangre provenía de las victimas del Vampiro.

Durante la noche se dice que puedes ver las caras de las victimas reflejadas en el árbol. Este árbol parece que esta encantado y una de las leyendas del Panteon de Belen mas popular.

La gente dice que deben tener vivo el árbol por que cuando el árbol muera el Vampiro regresara. Actualmente, el árbol del Vampiro es protegido con un cancel por que mucha gente acostumbraba a trozar el tronco para ver si salía sangre y por ende el árbol se estaba secando. El árbol esta en buenas condiciones y mientras el árbol viva la leyenda vivirá.

La leyenda de los árboles

Había en lo alto de la montaña tres árboles jóvenes, que soñaban con frecuencia, que serían cuando fuesen mayores.
-El primero de ellos mirando a las estrellas, dijo: Yo quiero ser el cofre más valioso del mundo, lleno tesoros.

-El segundo mirando al río suspiró: Yo quiero ser un barco, para cruzar el océano y llevar a reyes y a reinas.

-El tercero mirando hacia el valle añadió: Yo solo quiero ser árbol. Quiero quedarme en lo alto de la montaña y crecer tanto que cuando miren hacia aquí, las personas levanten sus ojos y piensen en Dios.

Pasaron muchos años y un buen día vinieron los humanos y cortaron los árboles, que estaban tan ansiosos por hacer realidad sus sueños. Pero los leñadores, no acostumbran a escuchar ni a perder el tiempo con sueños. El primer árbol, fue vendido y acabó transformado en un carro de animales, para transportar estiércol.

Del segundo árbol, se hizo un sencillo barco de pesca, que cargaba personas y peces todos los días. El tercer árbol, fue troceado en tablones y apilado en un almacén municipal de suministros.

Decepcionados y tristes al verse así unos y otros se preguntaban:

Porqué esto ¿Para que estamos aquí? Se acabaron los sueños.

Pero una noche, llena de luz y de estrellas, una joven mujer colocó a su bebé recién nacido, sobre el carro de animales. Y de repente el primer árbol, se dio cuenta de que llevaba sobre sí, el mayor tesoro del mundo.

El segundo árbol, acabó un día transportando a un hombre que terminó durmiendo en su seno; cuando se levanto la tempestad y quiso hundir la barca, aquel hombre se irguió y dijo: Paz. En aquel instante, el segundo árbol comprendió, que estaba llevando al rey de cielo y tierra.

Años mas tarde, a la hora de sexta, el tercer árbol se estremeció cuando los tablones fueron unidos en forma de cruz y un hombre fue clavado en ellos. Por unos instantes se vio indigno y cruel. Pero cuando amaneció el domingo, el mundo se llenó de inmensa alegría. Y el tercer árbol comprendió, que en él habían colgado a un hombre salvación para el mundo y que al mirar el árbol de la cruz, las personas se sentirían infinitamente amadas por Dios y por su Hijo.

Aquellos árboles, habían abrigado sueños y deseos; pero la realidad había sido mil veces, más hermosa de lo que jamás, habían podido imaginar.

Autor: (M. Mckenna)

La soberbia del árbol

Dicen que hace muchísimo tiempo a los árboles no se les caían las hojas.


Y sucedió que un anciano iba vagando por el mundo desde joven, pues su propósito era conocerlo todo. Al final estaba muy pero que muy cansado de subir y bajar montañas, atravesar ríos, praderas, bosques, y andar y andar. De manera que decidió subir a la más alta montaña del mundo, desde donde, quizás, podría verlo y conocerlo todo antes de morir. Lo malo es que la montaña era tan alta, que para llegar a la cumbre había que atravesar las nubes y subir más alto que ellas. Tan alta que casi podía tocar la luna con la mano extendida.

Pero al llegar a lo más alto, comprobó que sólo podía distinguir un mar de nubes por debajo de él y no el mundo que deseaba conocer. Resignado, decidió descansar un poco antes de continuar con su viaje. Siguió andando hasta que encontró un árbol gigantesco. Al sentarse a su gran sombra, no pudo menos que exclamar:

—¡Los dioses deben protegerte, pues ni la ventisca ni el huracán han podido abatir tu grandioso tronco ni arrancar una sola de tus hojas!

—Ni mucho menos, —contestó el árbol sacudiendo sus ramas con altivez y produciendo un gran escándalo con el sonido de sus hojas—, el maligno viento no es amigo de nadie, ni perdona a nadie, lo que ocurre es que yo soy más fuerte y hermoso. El viento se detiene asustado ante mí, no sea que me enfade con él y lo castigue, sabe bien que nada puede contra mí.

El anciano se levantó y se marchó, indignado de que algo tan bello pudiese ser tan necio como lo era ese árbol. Al rato, el cielo se oscureció y la tierra parecía temblar. Apareció el viento en persona:

—¿Qué tal, arbolito? —rugió el viento—, así que no soy lo bastante potente para ti, y te tengo miedo? ¡Ja, ja, ja!

Al sonido de su risa, todos los arboles del bosque se inclinaron atemorizados.

—Has de saber que si hasta ahora te he dejado en paz ha sido porque das sombra y cobijo al caminante, ¿no lo sabías?

—No, no lo sabía.

—Pues mañana a la luz del sol tendrás tu castigo, para que todos vean lo que les ocurre a los soberbios, ingratos y necios.

—Perdón, ten piedad, no lo haré más.

—¡Ja, ja, ja, de eso estoy seguro, ja, ja ja!

Mientras transcurría la noche, el árbol meditaba sobre la terrible venganza del viento. Hasta que se le ocurrió un remedio que quizás le permitiese sobrevivir a la cólera del viento. Se despojó de todas sus hojas y flores, de manera que, a la salida del sol, en vez de un árbol magnífico, rey de los bosques, el viento encontró un miserable tronco, mutilado y desnudo. Al verlo, el viento se echó a reir. Cuando pudo parar de reír, le dijo así al árbol:

—En verdad que ahora ofreces un espectáculo triste y grotesco. Yo no hubiese sido tan cruel, qué mayor venganza para el orgullo que la que tu mismo te has infligido. De ahora en adelante, todos los años tú y tus descendientes, que no quisisteis inclinaros ante mí, recuperaréis este aspecto, para que nunca olvidéis que no se debe ser necio y orgulloso.

Por eso los descendientes de aquel antiguo árbol pierden las hojas en otoño. Para que nunca olviden que nada es más fuerte que el viento.

Leyenda tibetana

Árbol de la historia

Una historia Chaga cuenta que una muchacha un día salió con sus amigos a recoger hierba. Vió un lugar donde crecía de manera muy abundante, pero cuando puso su pie allí se hundió en seguida en el barro. Sus amigos intentaron sujetarle con sus manos pero ella continuaba hundiéndose más profundamente en el barro hasta que desapareció completamente. Sus amigas fueron a decírselo a los padres y estos pidieron ayuda a los vecinos y todos fueron al cenagal. Aquí un adivino aconsejó que se sacrificaran una vaca y una oveja. Cuando esto hicieron comenzaron a oir la voz de la muchacha, pero pasado un tiempo la voz fue oyéndose más lejana hasta que acabó por quedar callada. Más tarde, en el lugar en el que la muchacha se hundió comenzó a crecer un árbol que poco a poco llegó a tocar el cielo. El árbol servía de cobijo a los jóvenes que cuidaban el ganado cerca de él y cuando el sol calentaban se resguardaban bajo sus ramas . Un día dos muchachos subieron al árbol y llamaron a sus compañeros dicíéndoles que estaban en un mundo anterior. Nunca más volvieron. Desde entonces, el árbol es conocido como el Arbol de la Historia.

Árboles hombres

Ayer tarde,

volvía yo con las nubes
que entraban bajos rosales
(grande ternura redonda)
entre los troncos constantes.

La soledad era eterna
y el silencio inacabable.
Me detuve como un árbol
y oí hablar a los árboles.

El pájaro solo huía
de tan secreto paraje,
sólo yo podía estar
entre las rosas finales.

Yo no quería volver
en mí, por miedo de darles
disgusto de árbol distinto
a los árboles iguales.

Los árboles se olvidaron,
de mi forma de hombre errante,
y, con mi forma olvidada,
oía hablar a los árboles.

Me retardé hasta la estrella.
En vuelo de luz suave,
fui saliéndome a la orilla,
con la luna ya en el aire.

Cuando yo ya me salía,
vi a los árboles mirarme.
Se daban cuenta de todo
y me apenaba dejarles.

Y yo los oía hablar,
entre el nublado de nácares,
con blando rumor, de mí.
Y ¿cómo desengañarles?

¿Cómo decirles que no,
que yo era sólo el pasante,
que no me hablaran a mí?
No quería traicionarles.

Y ya muy tarde, ayer tarde,
oí hablarme a los árboles.

Juan Ramón Jimenez

Fábula de los pájaros sin árbol

Un hombre necio renegaba de un árbol de su patio que no daba frutos agradables ni comestibles. Le contrariaba que todos sus vecinos tuvieran en sus parcelas árboles de exquisitos frutos y no él.


Un día decidió cortar el árbol con un hacha, argumentando que aquél no servía para nada. Cuando dio el primer hachazo, volaron todos los pájaros que anidaban en sus ramas. Entonces el árbol le habló suplicante:

“No me cortes. Debes de saber que mis frutos, aunque no te gusten, son el alimento de muchos pájaros que viven en mis ramas. No puedes exigir al cardo que te dé uvas, ni al hombre amargado que dé amor, ni al tonto que sea inteligente. Acepta al mundo tal cual es...”

¡Creo que ya es muy tarde!, contestó consternado el hachador por lo que había hecho. Te he dado un golpe mortal. El árbol cayó, y con él, todos sus sueños y sus nidos.

Después de aquello, los pájaros ya no volvieron. El hombre necio descubrió que su corazón era como aquel árbol que su hacha acababa de derribar. Entonces lloró de arrepentimiento, de haber cortado su propio corazón.

Desde entonces en la llanura crecen árboles sin pájaros, como en el alma sueños sin alas, humanos árboles sin frutos ni amor...

martes, 11 de mayo de 2010

Los árboles

Los árboles ya comienzan a brotar
como algo casi a punto de ser dicho;
los nuevos tallos descansan y se propagan,
su verdor es una especie de tristeza.

¿Se trata de que ellos nacen nuevamente

y nosotros nos hacemos más viejos. No, ellos también mueren.

Su truco anual de lucir nuevos
se inscribe en sus fibras en anillos.
Sin embargo, los incansables castillos desgranan
su gruesa madurez cada primavera.

Ha muerto el último año, parecen decir,
mencemos otra vez, otra vez, otra vez.

Philip Larkin

Árbol de invierno,otoño y primavera

Ya es otoño, y apenas quedan hojas en el árbol,

ese árbol que observo día a día

y absorta admiro tras una ventana.

Yo comparto su vida y él la mía,

nos lo contamos todo con miradas

y nuestras almas envuelve una magia.

Árbol de otoño, invierno y primavera.

Y esas pequeñas chispas que aún habitan,

pequeños hijos que aún no se han caído,

me susurran palabras al oído

y me cuentan su miedo a la muerte,

a separarse de la madre así, tan niños.

Mas yo les tranquilizo y duermo con mis ojos,

les canto nanas desde una ventana

y ellos me lo agradecen con sonrisas.

Así, juntos creamos un lenguaje,

un lenguaje alejado de la urbe,

nuestra propia poesía recreamos.

Árbol de invierno, otoño y primavera.

Nos quedan varios días, varias horas,

varios hijos aún para que nazcan,

varios versos por componer nos quedan.

El leñador y el bosque

Un leñador, talando árboles del bosque, no daba descanso a sus brazos. De su empeño no escapaban abetos ni encinas, hasta que se rompió el mango de su hacha.

- ¡Oh, dioses, por fin habrá paz y tranquilidad en mi mundo! -

exclamó el bosque. Transcurridos los días, el leñador, humildemente, rogó a la floresta:

- Déjame tomar una rama de este abeto para mango de mi hacha, y te prometo irme a otro bosque.

Pero tan pronto el leñador tuvo lista su hacha, comenzó a destrozar a sus bienhechores.

- ¿Es así como agradeces el bien que te hice? -

dijo adolorido el bosque -

Has trocado el favor en instrumento de exterminio.

Interpretación

Leñadores sin control son mortales para bosques - o: dictadores sin control son mortales para la gente.

Esopo