sábado, 19 de noviembre de 2011

La leyenda del algarrobo



                                                      
         El algarrobo es un árbol con fuerte presencia en Argentina. El ejemplar que aparece en la fotografía de arriba posee más de cinco siglos y se encuentra en la localidad de Purmamarca, en la Quebrada de Humahuaca, en la provincia argentina de Jujuy. Bajo sus ramas, en el siglo XVl, el cacique Viltipoco y otros jefes se conjuraron para resistir al español, conformando un ejército de 10000 guerreros. Una de las estrategias urdidas por el cacique fue simular una conversión al cristianismo para acercarse al enemigo y estudiarlo antes de atacar. Y fue también allí, bajo el árbol, que Viltipoco fue sorprendido mientras dormía, víctima de una traición. Así lo recuerda una placa al costado del tronco.
   Pero en el imaginario de las leyendas el algarrobo puede vincularse con la vida y la fertilidad más que con la guerra. Este es el caso de la leyenda del algarrobo nacida en el norte argentino que le presentamos ahora en Temakel.   
  
LA LEYENDA DEL ALGARROBO

  Era en tiempos de los Incas.
   Los quichuas adoraban con las principales honras a Viracocha, señor supremo del reino. También adoraban a Inti, a las estrellas, al trueno y a la tierra.
   Conocían a esta última con el nombre de Pachamama, que es como decir "Madre Tierra" y a ella acudían para pedir abundantes cosechas, la feliz realización de una empresa, caza numerosa, protección para las enfermedades, para el granizo, para el viento helado, la niebla y para todo lo que podía ser causa de desgracia o sinsabor.
   Levantaban en su honor altares o monumentos a lo largo de los caminos.
   Los llamaban apachetas y consistían en una cantidad de piedras amontonadas unas encima de las otras, formando un pequeño montículo.
   Allí se detenía el indio a orar, a encomendarse a la Pachamama, cuando pasaba por el camino al alejarse del lugar por tiempo indeterminado o simplemente cuando se dirigía al valle llevando sus animales a pastar.
   Para ponerse bajo la protección de la Pachamama, depositaba en la apacheta, coca,  o cualquier alimento que tuviera en gran estima, seguro de conseguir el pedido hecho a la divinidad.
   Respetuoso de la tradición y de las costumbres, el pueblo quichua jamás había olvidado sus obligaciones hacia los dioses que regían sus vidas.
   Pero llegó un tiempo de gran abundancia en que los campos sembrados de maíz eran vergeles maravillosos que daban copiosa cosecha, la tierra se prodigaba con exuberancia y la ociosidad fue apoderándose de ese pueblo laborioso que, olvidando sus obligaciones, abandonó poco a poco el trabajo para dedicarse a la holganza, al vicio y a la orgía.
    Se desperdiciaba el alimento que tan poco costaba conseguir, y con las espigas de maíz, que las plantas entregaban sin tasa, fabricaban chicha con la que llenaban vasijas en cantidades nunca vistas.
    Fue una época sin precedentes.
   El vicio dominaba a hombres y mujeres. Ellos, en su inconsciencia, sólo pensaban en entregarse a los placeres bebiendo de continuo y con exceso, comiendo en la misma forma y danzando durante todo el tiempo que no dedicaban al sueño o al descanso.
   Los depósitos repletos proveían del alimento necesario y nadie pensó que esa fuente, que les proporcionaba granos y frutos en abundancia, se agotaría alguna vez.
   El desenfreno continuaba y nada había que llamara a ese pueblo a la reflexión y a la vida ordenada y normal.
   Llegó la época en que se hacía imprescindible sembrar si se pretendía cosechar, pero nadie pensaba en ello.
    Inti, entonces, al comprobar que el pueblo desagradecido olvidaba los favores brindados por la Pachamama, queriendo darles su merecido, resolvió castigarlos.
   Con el calor de sus rayos, que envió a la tierra como dardos de fuego, secó los ríos y lagunas, los lagos y vertientes y, como consecuencia, la tierra se endureció, las plantas perdieron sus hojas verdes y sus flores, los tallos se doblaron y los troncos y las ramas de los árboles, resecos y polvorientos, parecían brazos retorcidos y sin vida.
   En los géneros aún quedaban alimentos, y en los cántaros, chicha. ¿Qué importancia tenía, entonces, para esas gentes, que las plantas se secaran y que el río hubiera dejado de correr, y seco y sin vida, mostrara las paredes pedregosas de su lecho?
    Mientras durara la chicha no podría desaparecer la felicidad ni la alegría.
    Pero un día llegó en que, con asombro, comprobaron que los graneros no eran inagotables y que, para servirse de sus granos y de sus frutos, era necesario depositarlos primero. El alimento comenzó a escasear, y con ello las penurias, la miseria y el hambre hicieron su aparición.
Recapacitaron entonces los quichuas, decidiendo volver a trabajar los campos y a sembrarlos.
Pero el castigo de Inti no había terminado y la tierra, cada vez más reseca y dura, no se dejaba clavar los útiles con que pretendían labrarla, y así era imposible poner la semilla. La desolación y la miseria fueron soberanas de ese pueblo que, en un instante, olvidó las leyes de sus dioses y sus obligaciones con la vida.
   Los animales, flacos, sin fuerzas, morían en cantidad y parecía mentira que esos campos, que al presente se asemejaban al más desolado de los páramos, hubieran podido ser, alguna vez, praderas alegres cubiertas de hierbas y de árboles o de extensas plantaciones de maíz, en las que los frutos se ofrecían generosos.
   Los niños, pobres víctimas inocentes de los pecados y de la disipación de los mayores, débiles, flacos, con los rostros macilentos, los ojos grandes y desorbitados, verdaderos exponentes de miseria y de dolor, sólo abrían sus bocas resecas para pedir algo que comer. Los más débiles morían sin que nadie pudiera hacer algo por ellos.
   El sol caía a plomo. De una de las casas de piedra que se hallaban en los alrededores de la población, una mujer salió, corriendo desesperada.
   Era Urpila que, enloquecida porque sus hijos morían de hambre y de sed , arrepentida de las faltas cometidas en los últimos tiempos, demostrando a todos su vergüenza, su pecado y su olvido de Inti y de la Pachamama, corría a la primera apacheta del camino a pedir protección a la Madre Tierra y a depositar su ofrenda de coca y de llicta, últimas porciones que había podido conseguir.
    Llegó a la apacheta y, casi sin fuerzas, comenzó a implorar:
Pachamama,
Madre Tierra,
Kusiya... Kusiya...

   Lloró y se desesperó ante el altar de la diosa, prometiendo enmienda y sacrificios.
Extenuada, sin fuerzas para continuar, se sentó en el suelo, apoyando su cuerpo cansado en el tronco de un árbol que crecía a pocos pasos y cuyas ramas secas parecían retorcerse en el espacio.
   Tan grande era su fatiga, tanta su debilidad, que, vencida, bajó la cabeza y no tardó en quedarse profundamente dormida.
   Tuvo sueños felices. La Pachamama, valorando su arrepentimiento, llenó su alma de visiones de esperanza y acercándose a ella, con toda la grandeza que como diosa le concernía, le habló generosa:
No te desesperes, mujer. El castigo ha dado sus frutos y el pueblo, arrepentido como tú misma de su ocio y desenfreno, retornará a su existencia anterior, que es la justa, la verdadera. La vida renacerá sobre la tierra que volverá a brindar sus frutos y su belleza.
Cuando despiertes, y antes de irte, abre tus brazos y recibe las vainas que ha de regalarte este "Arbol", desde hoy sabrás. Que las coman tus hijos y los hijos de otras madres, que con ellas calmarán su hambre y apagarán su sed. Tu humildad y tu arrepentimiento han hecho posible este milagro que Inti realiza para ti.

   Cuando Urpila despertó, creyó morir, tal era su decepción. El aspecto de la tierra en nada había variado y la visión había desaparecido.
   Se convenció de que su sueño había sido sólo eso: un sueño. Pero, recapacitando, volvieron a su mente las palabras de la Pachamama y recordó al "Arbol".
   Levantó entonces sus ojos hacia las ramas que parecían secas, y tal como la diosa lo anunciara, las vainas doradas se ofrecían a su desesperación como una esperanza de vida.
   Cambió en un instante su estado de ánimo dándole fuerzas extraordinarias. Se levantó ansiosa y cortó... cortó los frutos generosos hasta que entre sus brazos no cupieron más.
Entonces corrió al pueblo, hizo conocer la nueva y todos se lanzaron a buscar las milagrosas vainas color castaño, mientras ella repartía entre sus hijos el tesoro que encerraban sus brazos de madre y que le había concedido la Pachamama.
   El pueblo volvió a la vida y veneró desde entonces al "Arbol Sagrado" que fue su salvación y que ha partir de ese día les brinda pan y bebida que ellos reciben como un don.
Ese árbol venerado es el algarrobo, que tiene la virtud, además de las nombradas, de ser, en tiempos grandes sequías, el único alimento de los animales. (*)



Fuente: Leyenda recopilada por Leonor Lorda Perellón.

El espiritu del árbol


Había una vez, una muchacha cuya madre había muerto y que tenía una madrastra que era muy cruel con ella. Un día en que la muchacha estaba llorando junto a la tumba de su madre, vio que la tierra de la tumba salía un tallo que había crecido hasta hacerse un arbolillo y pronto un gran árbol. El viento, que movía sus hojas, le susurró a la muchacha y le dijo que su madre estaba cerca y que ella debía comer las frutas del árbol. La muchacha así lo hizo y comprobó que las frutas eran muy sabrosas y le hacían sentirse mucho mejor.  A partir de entonces, todos los días iba a la tumba de su madre y comía de los frutos del arbol que había crecido sobre ella.
Pero un día, su madrasta le vió y le pidió a su marido que talara el árbol. El marido lo taló y la muchacha lloró durante mucho tiempo junto a su tronco mutilado, hasta que un día, oyó un cuchicheo y vió que algo crecía de la tumba. Creció y creció hasta convertirse en una hermosa calabaza. Había un agujero en ella del de caían gotas de un jugo. La muchacha lamió unas gotas y las encontró muy ricas, pero de nuevo su madrastra se enteró pronto y, una noche oscura, cortó la calabaza y la arrojó lejos. Al día siguiente, la muchacha vió que no estaba la calabaza y lloró y lloró hasta que de pronto, oyó el rumor de un riachuelo que le decía "Bébeme, bébeme". Ella bebió y comprobó que era muy refrescante. Pero un día, la madrasta lo vió y pidió al marido que cubriera el arroyo con tierra. Cuando la muchacha regresó a la tumba, vió que ya no estaba el el riachuelo y ella lloró y lloró.
Llevaba mucho tiempo llorando, cuando un hombre joven salió del bosque. Él vio el árbol muerto y pensó que era justo lo que él necesitaba para fabricar un nuevo arco y flechas, ya que él era un cazador. Habló con la muchacha quien le dijo que el árbol había crecido en la tumba de su madre. La muchacha le gustó mucho al cazador y tras hablar con ella fue donde su padre para pedirle permiso para casarse con ella.
El padre consintió a condición de que el cazador matara una docena de búfalos para la fiesta de la boda. El cazador nunca había matado más de un búfalo de una sola vez. Pero esta vez, tomando su nuevo arco y flechas, se dirigió al bosque, y pronto vió una manada de búfalos que descansan en la sombra. Poniendo una de sus nuevas flechas en el arco, disparó y un búfalo cayó muerto. Y luego, un segundo, un tercero, y así hasta doce. El cazador regresó a decirle al padre que mandara hombres para llevar la carne a la aldea. Se hizo una gran fiesta cuando el cazador se casó con la muchacha que había perdido a su madre. 

La leyenda del árbol del amor



Aralia paperifer, de origen europeo,frondoso árbol siempre verde. Es un árbol muy especial, perteneciente a una especie rara, tanto que se dice que no hay otro ejemplare en el continente americano, que él que hace referencia a ésta leyenda.


En pleno centro de la ciudad de Zacatecas, a espaldas del portal de Rosales y frente al ex convento San Agustín, se encuentra una plazoleta arbolada que antes fuera un pequeño jardín. Es la actual plazoleta de Miguel Arzua. En este apacible lugar se daban cita feligreses, vendedores y aguateros cuya calma provinciana, la prisa no tenía lugar y sí la vida y el calor humano.Ahí, regado con el vital líquido que le sustentaba y con las lágrimas derramadas en silencio por tres seres marcados por un destino común, se encuentra el árbol que fue testigo de sus amores.


En el pasado, el templo de San Agustín daba vida espiritual a este bello rincón de ensueño, para los enamorados.


Aralia, la hermosa jovencita que dió origen al nombre con que se conoce al árbol, vivía en una de las señoriales casas que daban al jardín. Con la lozanía de su edad, propicia para el primer amor, su cantarina risa contagiaba la alegría de vivir a todo lo que la rodeaba.


Era Juan un humilde paro risueño y noble aguatero, que aun despierto soñaba encontrar una veta de plata para ofrecérsela a Oralia, a quien amaba en silencio, pero sabiéndose pobre la veía como a la más remota estrella.


Por las tardes, al salir de la mina, Juan se convertía en el alegre aguatero que ensayaba junto a su paciente burro improvisados versos de amor, caminando con ilusión de contemplar a Oralia, al entregarle el agua, como ésta regaba las plantas del jardín y en especial el árbol que cuidaba con esmero.
Oralia sentía nacer un entrañable cariño, más allá de la amistad, por el aguatero que por su parte día a día se ganaba también la estima de las familias.


Pero sin saberlo, Juan tenía un rival, que tras la etiqueta de la cortesía y modales refinados, cpnquistaba cada vez más a Oralia, quien experimentaba sentimientos encontrados hacia Pierre, un frabcés que la colmaba de atenciones.


El destino trajo al francés a su casa al ocurrir la ocupación por las tropas invasoras en 1864 y por cortesía las familias le brindaban un trato diferente al estranjero, discupándolo de los actos de un gobierno al que debía obediencia. El francés, siempre impecable en sus modales y pulcre en el vestir, les visitaba no por devolver la cortesía sino con la secreta esperanza de impresionar a Oralia, de quién se había enamorado.
Con el permiso de sus padres, solían sentarse bajo la sombra del árbol que Oralia cuidaba; ella escuchaba al francés la descripción que de su patria hacía y dejaba volar su imaginación.


Juan sufría en silencio al verlos juntos, incapaz de hacer nada para evitarlo. Notaba las barreras sociales que los separaban y más eran sus sueños de encontrar la veta de plata, para realizar sus sueños.


Trabajaba duro en minas abandonadas; al final de la jornada, el agua de las minas le limpiaban el polvo que cubrían su piel. Con su fiel burrito iban a llenar sus botes de agua de la fuente y la repartía a las familias, cuidando de dejar al final, la casa de Oralia para disponer de un poco más de tiempo para estar en su compañia.


Oralia lo esperaba con impaciencia para que la ayudara a regar su árbol. Al hacerlo, su regocijo se manisfestaba en el lenguaje secreto de los enamorados. El árbol lo sabía y el susurro de sus hojas se confundía con el rumor de las risas de los jóvenes, mientra su follaje se inclinaba, en un intento de protegerlos de miradas indiscretas.


Oralia una tarde llegó hasta el templo. Arrodillada frente al altar lloró en silencio al comparar dos mundos tan opuestos. Su plegaria imploraba ayuda para tomar la decisión acertada en tal cruel dilema.
Al salir del templo sin haber podido tomar una resolución, se sentó en silencio bajo el árbol y el llanto volvió a brotar.
Su angustia provocaba la alteración del ritmo de los latidos de su corazón, cuando en su regazo cayó suavemente un racimo de cristalinas lágrimas que conmovido el árbol le ofrecía como amigo amoroso en su consuelo y al tacto de sus tiernas manos, las lágrimas del árbol se convirtieron en un tupido racimo de flores rosadas.
Oralia recuperó la paz junto a su árbol y encontró el valor para decidirse por su aguatero, sin importarle su humilde condición.


Al otro día, el francés se presentó puntualmente en la casona y con el semblante muy triste comunicó de su partida del país. Otros vientos políticos flotaban en la nación y era urgente su traslado a Francia. Se llevaba el corazón destrozado por tener que abandonar a Oralia y la despedida era mas amarga aún por saber que jamás volvería a verla.


Mientra tanto, en la profundidad de la mina, Juan vislumbra un tenue brillo, tan sutil como la ilusión; una corazonada hizo intuir la veta que buscaba y continuó la aura roca que aún se resistía a entregar al joven su argentífera savia.
Al día siguiente al llegar con el agua, Oralia lo notó más alegre que de costumbre, no se pudo contener y al verlo tan feliz le dió un gran beso junto al árbol del Amor que regaban ahora entre risas.


Juan ni se acordó de su rica veta de plata y más aún olvidó el discurso que toda la noche había ensayado, al ver caer racimos de flores rosadas del árbol, que así compartía la culminación de tan bello idilio en aquel bello jardín, hoy plazoleta de Miguel Arzua frente al ex templo de San Agustín.


Desde entonces las parejas de enamorados, consideran de buena suerte refugiarse bajo las ramas del Árbol del Amor, para  favorecer la perduración de su romance.


Leyendas de Zacatecas

Árboles


¡Árboles!
¿Habéis sido flechas
caídas del azul?
¿Qué terribles guerreros os lanzaron?
¿Han sido las estrellas?
Vuestras músicas vienen del alma de los pájaros,
de los ojos de Dios,
de la pasión perfecta.
¡Arboles!
¿Conocerán vuestras raíces toscas
mi corazón en tierra?


Federico García Lorca

Había un hombre que tenia cuatro hijos y buscaba que aprendieran a no juzgar las cosas tan rápidamente.
  
Entonces envió a cada uno por turnos a ver un árbol de peras que estaba a una gran distancia. El primer hijo fue en el Invierno, el segundo en Primavera, el tercero en Verano y el hijo más joven en el Otoño.
Cuando todos ellos habían ido y regresado, los reunió y les pidió que escribieran lo que habían visto.
El primer hijo mencionó que el árbol era horrible, doblado y retorcido.
El segundo dijo que no, que estaba cubierto con brotes verdes y lleno de promesas.
El tercer hijo no estuvo de acuerdo, él dijo que estaba cargado de flores, que tenía aroma muy dulce y se veía muy hermoso, era la cosa mas llena de gracia que jamás había visto.
El ultimo de los hijos no estuvo de acuerdo con ninguno de ellos; dijo que estaba maduro y marchitándose de tanto fruto, lleno de vida y satisfacción.

 Entonces el hombre les explicó a sus hijos que todos tenían razón, porque ellos solo habían visto una de las estaciones de la vida del árbol.
Les dijo a todos que no deben juzgar a un árbol, o a una persona, sólo por ver una de sus temporadas, y que la esencia de lo que son el placer, el regocijo y el amor que viene con la vida sólo puede medirse al final, cuando todas las estaciones han pasado.
Si te das por vencido en el invierno, habrás perdido la promesa de la primavera, la belleza del verano y la satisfacción del otoño.


MORALEJA: No dejes que el dolor de alguna estación destruya la dicha del resto. No juzgues a la vida sólo por una estación difícil. Persevera a través de las dificultades y malas rachas ... mejores tiempos vendrán...

El árbol de la vida






Era un árbol frondoso y fuerte de edad desconocida que a lo largo de su vida había experimentado el sufrimiento y el dolor, el frío y el calor. Quería vivir, quería disfrutar de las cosas bellas que la vida le ofrecía, deseaba escuchar el sonido plácido y armonioso de los pájaros que con sus alegres cantos reposaban en sus ya viejas y doloridas extremidades, suspiraba por gozar del verde prado con sus jóvenes y floridos árboles que se encontraban a su lado.
En la amplitud de su vida había visto en varias ocasiones a la muerte bien de cerca. Como lo sucedido en una fría y tenebrosa noche de invierno, en la que una nube lanzó su cólera contra él y errando su irritación alcanzó de lleno a su buen amigo el Abeto. O cuando de pequeño una poderosa tempestad de viento lo dobló con tal virulencia que hasta las raíces llegaron a peligrar, poniendo a prueba su resistencia.
Todas las primaveras veía como sus hojas crecían verdes y rebosantes de vida columpiándose cada atardecer mecidas por el viento del norte, alimentándose con la energía que el sol les proporcionaba y la lluvia que las nutría y bañaba para disfrute y deleite de todo aquel que se
acercaba a contemplar aquel esplendor.
Pero llegado el otoño las hojas perdían su color, poco a poco se marchitaban y morían precipitándose al vacío desde la rama que durante unos meses había sido su apoyo y sustento. La muerte que podía experimentar cada primavera y que veía en los demás en el día a día, para él era una gran desconocida. Pero pronto, muy pronto, comprendería por sí mismo lo que se experimentaba ante esta gran desconocida.
El incendio se estaba aproximando cada vez más y con mayor fuerza. El calor que producía era insoportable y la muerte estaba cada vez mas cerca. Hacía muchos años escuchó conversar a dos humanos que se habían detenido a descansar en sus regazos. Uno de ellos preguntó al otro < < ¿A dónde se va cuando morimos? >> a lo que éste respondió < < Nunca nos preguntamos dónde se va la llama de una vela cuando ésta se apaga. Cuando encendemos una vela decimos que la llama está viva, y cuando la apagamos no nos preocupamos de a donde se ha ido, simplemente se apaga, no hay un lugar a donde la llama pueda ir, simplemente se ha hecho una con el todo >>
En otra ocasión vio desfilar ante él a cuatro hermosos corceles blancos que tiraban gallardos de un bello carruaje. En su interior reposaba una caja de madera finamente tallada rodeada por cuatro preciosas coronas de flores con unos ramilletes que decían: “De tus hijos que no te olvidan” “De tus padres con cariño” “De tu mujer con amor” “De tu nieta que siempre te tendrá en su corazón”.
Pero lo que más le llamo la atención fue la gente que acompañaba aquella comitiva. Todos vestían de un siniestro sombrío tenebroso y riguroso negro, lloraban desconsoladamente por la pérdida de aquel ser querido exclamando: < < Por fin descansa en paz, ya no sufrirá más>> Que sus seres queridos, sus más allegados amigos llorasen porque aquel hombre descansaba en paz carecía de toda lógica. Sufrir porque había dejado de padecer, para él no tenía ningún sentido; si por fin descansaba en paz y ya no sufriría más, lo más sensato sería que se alegrasen de aquella situación.
No tardó en darse cuenta de que aquel sufrimiento, aquel dolor que desfilaba ante sus ramas, no era causado por la pérdida del ser amado, sino por la autocompasión. De entre todas las voces de lamento que allí se alzaban, una de estas repetía insistentemente: < < ¡Dios mío! Qué sola estoy ¿Por qué te lo has llevado? ¿Qué haremos ahora sin ti? >>
Todo su dolor, todo su lamento estaba enfocado hacia sí misma, puesto que el difunto ya había dejado de sufrir y descansaba en paz. Lo cierto es que si eso le sucediese a él se sentiría con un enorme complejo de culpabilidad, pues por nada del mundo permitiría que un ser que te ama sufriese por su muerte. Pero él estaba vivo y nunca había sentido aquel dolor que embargaba aquella pobre gente; es más, empezaba a darse cuenta de que el sufrimiento no estaba causado por el que se iba, sino por el que se quedaba.
Recordando aquella situación se veía cada vez más como un nacido moribundo desde el primer aliento de vida. La existencia y el final estaban adquiriendo un nuevo significado para él. Comenzaba a darse cuenta de que la muerte está aquí en cada instante de nuestra vida, cuando hablamos, leemos, nos divertimos. La muerte no está allá al final, sino en cada instante de nuestras vidas, en el aquí y ahora. Uno no sufre tan solo porque pierde a su familia, sino porque teme quedarse solo y sin compañía. Teme perder sus posesiones a los amigos, el amor de su vida, los hijos. Le atemoriza tener que abandonar lo conocido para enfrentarse a lo desconocido.
Mientras revivía aquellos recuerdos no se percató de que por sus ramas doloridas por el intenso calor estaban fluyendo unas preciadas gotas de agua. El viento había cesado su cruel y devastadora correría; entre un claro del bosque dejado por los chamuscados árboles se pudo percibir como unas cargadas nubes cantaban estrepitosamente a la vida. Cuando el árbol se quiso dar cuenta ya la tormenta se encontraba demasiado próxima y la lluvia era intensa. Por esta vez la muerte había estado muy cerca, pero él sabía que desde ese mismo amanecer la viviría en el día a día.


Autor desconocido

Los árboles son tesoros

LOS ARBOLES SON TESOROS

Son los árboles tesoros
que en la tierra puso Dios, 
grandes bienes para el hombre 
que para él aseguró.
Tiene el aire por el árbol
saludable condición, 
ecos dulces de las aves, 
de las flores grato olor.
Dan los árboles la fruta,
dan madera, dan carbón,
la lluvia fecunda atraen,
las hojas tapan el sol.
Debe el niño bien criado
a los árboles amor,
defender los brotes nuevos
y evitar la destrucción
y así crecerán a un tiempo:
árbol, niño y los dos
serán útiles al mundo
y tendrán su bendición.

Poemas del árbol



Árbol, buen árbol, que tras la borrasca
te erguiste en desnudez y desaliento,
sobre una gran alfombra de hojarasca
que removía indiferente el viento…
Hoy he visto en tus ramas la primera
hoja verde, mojada de rocío,
como un regalo de la primavera,
buen árbol del estío.
Y en esa verde punta
que está brotando en ti de no sé dónde,
hay algo que en silencio me pregunta
o silenciosamente me responde.
Sí, buen árbol; ya he visto como truecas
el fango en flor, y sé lo que me dices;
ya sé que con tus propias hojas secas
se han nutrido de nuevo tus raíces.
Y así también un día,
este amor que murió calladamente,
renacerá de mi melancolía
en otro amor, igual y diferente.
No; tu augurio risueño,
tu instinto vegetal no se equivoca:
Soñaré en otra almohada el mismo sueño,
y daré el mismo beso en otra boca.
Y, en cordial semejanza,
buen árbol, quizá pronto te recuerde,
cuando brote en mi vida una esperanza
que se parezca un poco a tu hoja verde…
Antonio Machado
Vuestro tronco era esbelto y verdecía,
sorbiendo soles allá en el cerro alto:
os arrancaron del paisaje un día,
para dar sombras sobre el negro asfalto.

Estáis aquí, anclados en la acera,
para manchar de verde el gris urbano;
se alarga en vano vuestra larga hilera
por ver el monte en el azul lejano.

¿Qué cruda mano os puso en estas calles
sin secreto, de ruido atormentadas?
¿Por qué os hurtaron a los hondos valles
llenos de dulces tardes sosegadas?

La tórtola no vierte sus arrullos,
árboles de ciudad, en vuestras ramas;
ni escucha vuestra copa los murmullos
que el viento dice al bosque y las retamas




simeAAlfonso Albala

El cipres


 

Adarga sideral inofensiva
que prende a los luceros dormitando.

Nocturno fantasmón de un negro espíritu
que abandonó su cuerpo a los gusanos.

Índice de las manos vegetales
que nos muestra un camino ya olvidado.

Huso que hila los vientos más rebeldes
en la gigante rueca de los campos.

Escobillón de túneles nocturnos
que recoge el rocío congelado.

Antena de los muertos sumergidos
que toma tierra en todos los osarios.

Centinela que, rígido, vigila
eternamente firme el Camposanto.

Gótico caramelo de los aires.
Penitente andaluz encapuchado.

Pararrayos de tórtolas lejanas.
Penacho de un sepulcro aristocrático.

Eres, ciprés, mis pobres oraciones,
que al calor apretado de los pájaros
se arborizan ante la impotencia
de llegar por mis culpas a lo Alto.





Nicolás  de la Carrera

viernes, 11 de noviembre de 2011

La sierra--Mitología Vasca

En cierta ocasión San Martíntxu acudió al temible Basajaun  para poder obtener los secretos de la fabricación de la sierra o tronzadora y le dijo con astucia:
     -!Ya he descubierto el modo de hacer una sierra!
    -No creo que lo  hayas logrado si antes no has reparado en la forma de las hojas del castaño le respondió el gentil con su risa burlona
    -De acuerdo,en el camino de vuelta a casa cogeré la hoja de un castaño y haré lo más conveniente fijándome en la apariencia.
    Y así fue como San Martintxu fabricó la sierra gracias a la dentadura de la hoja de castaño.
   Basajaun,enfadado y de noche,dobló todos los dientes a la sierra.Y a la mañana siguiente,cuando fueron a recoger la nueva herramienta para cortar un viejo tronco de castaño,descubrieron lo que había hecho el gentil. !y qué sorpresa cuando comprobaron que con sus dientes torcidos,cortaba mucho mejor!

             Dice un proverbio :la suerte llega cuando tiene que llegar,y eso fue lo que le sucedió a Martintxu.

       
   

viernes, 25 de marzo de 2011

El colegial, el pedante y el dueño de un jardín.


Un muchacho que trascendía, a colegio, hasta el punto de apestar, pícaro a la vez y necio, por los pocos años y por la pedantería adquirida en las aulas, merodeaba en el huerto de un vecino suyo. Tenía este vecino los más exquisitos dones que ofrece Pomona al hombre. Cada estación le ofrecía su tributo, pues así como exquisitas frutas en otoño, lograba en primavera las flores más preciosas.

Fue un día a este jardín nuestro escolar, y encaramándose sin miramientos a un árbol frutal, maltrataba y destruía hasta los tiernos capullos, dulce esperanza y promesa de la futura cosecha. Hasta desgajó algunas ramas, y tal destrozo hizo, que el dueño del jardín se quejó al profesor. Vino éste con largo séquito de chicuelos, y se llenó el jardín de multitud de arrapiezos, peores que el primero.

El Dómine pedante aumentó sin necesidad el mal llevando aquella chiquillería mal educada, con el propósito, según dijo de hacer un escarmiento que fuese ejemplar, sirviendo de inolvidable lección a todos sus alumnos. Extendiose sobre este tema, citando a Virgilio y Cicerón, y alegando razones muy científicas. La perorata fue larga, tan larga que la maldita ralea tuvo tiempo para devastar el jardín por todas partes.

Aborrezco los discursos largos e inoportunos. No conozco bicho más temible que el colegial, como no sea el pedante. No quisiera por vecino ni al uno, ni al otro.

La leyenda del algarrobo

Era en tiempos de los Incas.


Los quichuas adoraban con las principales honras a Viracocha, señor supremo del reino. También adoraban a Inti, a las estrellas, al trueno y a la tierra.
Conocían a esta última con el nombre de Pachamama, que es como decir "Madre Tierra" y a ella acudían para pedir abundantes cosechas, la feliz realización de una empresa, caza numerosa, protección para las enfermedades, para el granizo, para el viento helado, la niebla y para todo lo que podía ser causa de desgracia o sinsabor.
Levantaban en su honor altares o monumentos a lo largo de los caminos.
Los llamaban apachetas y consistían en una cantidad de piedras amontonadas unas encima de las otras, formando un pequeño montículo.

Allí se detenía el indio a orar, a encomendarse a la Pachamama, cuando pasaba por el camino al alejarse del lugar por tiempo indeterminado o simplemente cuando se dirigía al valle llevando sus animales a pastar.
Para ponerse bajo la protección de la Pachamama, depositaba en la apacheta, coca, o cualquier alimento que tuviera en gran estima, seguro de conseguir el pedido hecho a la divinidad.
Respetuoso de la tradición y de las costumbres, el pueblo quichua jamás había olvidado sus obligaciones hacia los dioses que regían sus vidas.

Pero llegó un tiempo de gran abundancia en que los campos sembrados de maíz eran vergeles maravillosos que daban copiosa cosecha, la tierra se prodigaba con exuberancia y la ociosidad fue apoderándose de ese pueblo laborioso que, olvidando sus obligaciones, abandonó poco a poco el trabajo para dedicarse a la holganza, al vicio y a la orgía.
Se desperdiciaba el alimento que tan poco costaba conseguir, y con las espigas de maíz, que las plantas entregaban sin tasa, fabricaban chicha con la que llenaban vasijas en cantidades nunca vistas.

Fue una época sin precedentes.

El vicio dominaba a hombres y mujeres. Ellos, en su inconsciencia, sólo pensaban en entregarse a los placeres bebiendo de continuo y con exceso, comiendo en la misma forma y danzando durante todo el tiempo que no dedicaban al sueño o al descanso.

Los depósitos repletos proveían del alimento necesario y nadie pensó que esa fuente, que les proporcionaba granos y frutos en abundancia, se agotaría alguna vez.

El desenfreno continuaba y nada había que llamara a ese pueblo a la reflexión y a la vida ordenada y normal.

Llegó la época en que se hacía imprescindible sembrar si se pretendía cosechar, pero nadie pensaba en ello.

Inti, entonces, al comprobar que el pueblo desagradecido olvidaba los favores brindados por la Pachamama, queriendo darles su merecido, resolvió castigarlos.

Con el calor de sus rayos, que envió a la tierra como dardos de fuego, secó los ríos y lagunas, los lagos y vertientes y, como consecuencia, la tierra se endureció, las plantas perdieron sus hojas verdes y sus flores, los tallos se doblaron y los troncos y las ramas de los árboles, resecos y polvorientos, parecían brazos retorcidos y sin vida.

En los géneros aún quedaban alimentos, y en los cántaros, chicha. ¿Qué importancia tenía, entonces, para esas gentes, que las plantas se secaran y que el río hubiera dejado de correr, y seco y sin vida, mostrara las paredes pedregosas de su lecho?

Mientras durara la chicha no podría desaparecer la felicidad ni la alegría.

Pero un día llegó en que, con asombro, comprobaron que los graneros no eran inagotables y que, para servirse de sus granos y de sus frutos, era necesario depositarlos primero. El alimento comenzó a escasear, y con ello las penurias, la miseria y el hambre hicieron su aparición.

Recapacitaron entonces los quichuas, decidiendo volver a trabajar los campos y a sembrarlos.

Pero el castigo de Inti no había terminado y la tierra, cada vez más reseca y dura, no se dejaba clavar los útiles con que pretendían labrarla, y así era imposible poner la semilla. La desolación y la miseria fueron soberanas de ese pueblo que, en un instante, olvidó las leyes de sus dioses y sus obligaciones con la vida.

Los animales, flacos, sin fuerzas, morían en cantidad y parecía mentira que esos campos, que al presente se asemejaban al más desolado de los páramos, hubieran podido ser, alguna vez, praderas alegres cubiertas de hierbas y de árboles o de extensas plantaciones de maíz, en las que los frutos se ofrecían generosos.

Los niños, pobres víctimas inocentes de los pecados y de la disipación de los mayores, débiles, flacos, con los rostros macilentos, los ojos grandes y desorbitados, verdaderos exponentes de miseria y de dolor, sólo abrían sus bocas resecas para pedir algo que comer. Los más débiles morían sin que nadie pudiera hacer algo por ellos.

El sol caía a plomo. De una de las casas de piedra que se hallaban en los alrededores de la población, una mujer salió, corriendo desesperada.

Era Urpila que, enloquecida porque sus hijos morían de hambre y de sed , arrepentida de las faltas cometidas en los últimos tiempos, demostrando a todos su vergüenza, su pecado y su olvido de Inti y de la Pachamama, corría a la primera apacheta del camino a pedir protección a la Madre Tierra y a depositar su ofrenda de coca y de llicta, últimas porciones que había podido conseguir.

Llegó a la apacheta y, casi sin fuerzas, comenzó a implorar:

Pachamama,

Madre Tierra,

Kusiya... Kusiya...

Lloró y se desesperó ante el altar de la diosa, prometiendo enmienda y sacrificios.

Extenuada, sin fuerzas para continuar, se sentó en el suelo, apoyando su cuerpo cansado en el tronco de un árbol que crecía a pocos pasos y cuyas ramas secas parecían retorcerse en el espacio.

Tan grande era su fatiga, tanta su debilidad, que, vencida, bajó la cabeza y no tardó en quedarse profundamente dormida.

Tuvo sueños felices. La Pachamama, valorando su arrepentimiento, llenó su alma de visiones de esperanza y acercándose a ella, con toda la grandeza que como diosa le concernía, le habló generosa:

No te desesperes, mujer. El castigo ha dado sus frutos y el pueblo, arrepentido como tú misma de su ocio y desenfreno, retornará a su existencia anterior, que es la justa, la verdadera. La vida renacerá sobre la tierra que volverá a brindar sus frutos y su belleza.

Cuando despiertes, y antes de irte, abre tus brazos y recibe las vainas que ha de regalarte este "Arbol", desde hoy sabrás. Que las coman tus hijos y los hijos de otras madres, que con ellas calmarán su hambre y apagarán su sed. Tu humildad y tu arrepentimiento han hecho posible este milagro que Inti realiza para ti.

Cuando Urpila despertó, creyó morir, tal era su decepción. El aspecto de la tierra en nada había variado y la visión había desaparecido.

Se convenció de que su sueño había sido sólo eso: un sueño. Pero, recapacitando, volvieron a su mente las palabras de la Pachamama y recordó al "Arbol".

Levantó entonces sus ojos hacia las ramas que parecían secas, y tal como la diosa lo anunciara, las vainas doradas se ofrecían a su desesperación como una esperanza de vida.

Cambió en un instante su estado de ánimo dándole fuerzas extraordinarias. Se levantó ansiosa y cortó... cortó los frutos generosos hasta que entre sus brazos no cupieron más.

Entonces corrió al pueblo, hizo conocer la nueva y todos se lanzaron a buscar las milagrosas vainas color castaño, mientras ella repartía entre sus hijos el tesoro que encerraban sus brazos de madre y que le había concedido la Pachamama.

El pueblo volvió a la vida y veneró desde entonces al "Arbol Sagrado" que fue su salvación y que ha partir de ese día les brinda pan y bebida que ellos reciben como un don.
Ese árbol venerado es el algarrobo, que tiene la virtud, además de las nombradas, de ser, en tiempos grandes sequías, el único alimento de los animales. (*)

 Fuente: Leyenda recopilada por Leonor Lorda Perellón.

Los árboles enamorados


LA LEYENDA DE LOS ARBOLES ENAMORADOS (Jalapa)

Dice una leyenda que en Jalapa, hace años, había dos jóvenes, una parejita, que mutuamente se enamoraron. Pero, siendo de familias que vivían en constante pleito, no les permitieron verse, mucho menos casarse. Un día, todavía siendo adolescentes, ellos desaparecieron y nunca se les volvió a ver.

Pero, algunos años después, los habitantes del lugar encontraron dos árboles jóvenes que crecieron juntos en un abrazo fuerte y creyeron que eran los dos jóvenes enamorados, desaparecidos desde algunos años atrás, que habían tomado la forma de estos árboles para así lograr realizar su sueño de casarse y vivir juntos para siempre.

Desde ese momento, hay jóvenes enamorados que visitan discretamente estos dos árboles para dejar una carta de amor con sus nombres en un hueco al pie de ellos, convencidos que, de esta manera, su amor se fortalecerá y durará para siempre.

Igualmente, parejas que experimentan problemas en su relación, dejan una carta en este hueco también para revitalizar su amor.

Estos árboles enamorados se encuentran en el borde de la laguna donde en la actualidad está construido el Hotel campestre El Pantano.

Algunos dicen que en noches de luna llena, se ha oído reír a la pareja enamorada……..

La leyenda del árbol sagrado

Se dice que en Japón, en plena era Feudal los espíritus y los monstruos cansados de ser rechazados por la sociedad y de mantenerse ocultos, decidieron liberarse y estar en la superficie de la tierra sin esconderse, por lo que vagaban en todas la direcciones causando destrucción y terror a su paso. Estos seres eran tan poderosos que solo un grupo de bestias sagradas podían detenerlos, mismas que fungían como los guardianes de los cuatro puntos cardinales : "El Ave de Fuego" perteneciente al norte, del sur era "El Zorro Blanco;"El Dragón" representaba al este y finalmente "El Perro Sagrado"quien se encaragaba de custodiar el oeste.


Los guardianes lucharon contra los espíritus y monstruos, sin embargo 3 de las bestias fallecieron cumpliendo su deber. El único que sobrevivió fue el guardián del Oeste, quien le pidió a una joven humana el favor de continuar su descendencia...

En el momento en que el guardian le propone esto a la joven, esta experimente sentimientos encontrados, ya que por un lado se sentía comprometida por tal petición, también se sentía honrada por el hecho de que ese guardian formaba parte del grupo de quienes lograron salvar al mundo. Después de meditarlo decide aceptar tener un hijo con el "Perro Sagrado".

Con el paso del tiempo la joven dió a su tan anhelado hijo, pero no era un "niño normal", no era un humano, ni era bestia si no una combinación de ambos, característica que a la madre no pareció importarle, ella estaba consiente de que él era diferente a los demás pero finalmente era su hijo.

Sin embargo no todos pensaban de la misma forma, por un lado en la aldea le temían ya que pensaban que podía lastimarlos y las bestias lo conideraban no digno, ya que no tenía "sangre pura". A pesar de el rechazo de ambos lados, su madre lo educó como si fuera un humano. El niño estaba consiente de su condición pero se sentía protegido por su madre, quien además de protegerlo lo amaba...pero no todo es para siempre y este niño lo descubrió lleno de dolor ya que al pasar algunos años su madre falleció.

Pero este acontecimiento fué el primero que marcaría una vida llena de dolor y temor ya que uno de sus hermanos, el mayor, que era un montruo (simbolizaba el mal) con "sangre pura" decidió terminar con sus hermanos que él consideraba como bastardos, y asesinó a sangre fría a su hermano menor, que era humano (simbolizaba el bien), mientras que él era el equilibrio de las dos furzas. Después de terminar con la vida del hermano más pequeño, el hermano mayor fue en búsqueda del híbrido con la firma intensión de matarlo, sin embargo el hanyou, se dirigió a la tumba de su padre e hizo una espada con uno de los colmillos de su progenitor con la finalidad de protegerse de su hermano.

El hanyou pudo enfrentarse con su hermano quien era sin lugar a dudas mucho más fuerte que el, pero teniendo a la espada como aliada logró combatir y defenderse, pero ambos quedaron lastimados, llegando a quedar inconsientes pero como por arte de magia el hermano medio al despertar tenía forma de humano. El hanyou ahora con su nueva apariencia fue descubierto por una bella chica con quien se dió el amor a primera vista, dicho flechazo fue tan fuerte que sin pensarlo mucho decidieron casarse y jurarse amor eterno.

Pero la felicidad del hanyou fue minada por el mismo, ya que días después de la boda decidió llevarla a un bosque para mostrarse tal como era, mitad demonio, mitad humano, sin embargo las cosas no salieron como él esperaba, ya que su esposa al ver su verdadera apariencia no supo que hacer en primera instancia, pero después llena de temor y horror, tomó una estaca y la clavo en el corazón de su "amado", dejándolo unido al roble más grande del lugar, después de tan horrible situación, la mujer se quitó la vida con la firme idea de que cuando llegasen a reencarnar, se encontrarían de nuevo y serían felices.

Pero la mujer igonaraba que el alma de esa creatura había sido sellada con su cuerpo al arbol, por lo que NUNCA pudieron estar juntos otra vez