Cuenta una hermosa leyenda tibetana que hace muchísimo tiempo a los
árboles no se les caían las hojas. Hubo una vez un anciano que iba
vagando por el mundo desde joven con el propósito de conocerlo todo. Al
final estaba muy pero que muy cansado de subir y bajar montañas
atravesar ríos, praderas y andar y andar.
De manera que decidió subir a la más alta montaña del mundo, desde
donde, quizás, podría ver y conocerlo todo antes de morir. Lo malo es
que la montaña era tan alta que para llegar a la cumbre había que
atravesar las nubes y subir más alto que ellas. Tan alta que casi podía
tocar la luna con la mano extendida. Pero al llegar a lo más alto,
comprobó que solo podía distinguir un mar de nubes por debajo suyo y no
el mundo que deseaba conocer. Resignado decidió descansar un poco antes
de continuar con su viaje. Siguió andando hasta que encontró un árbol
gigantesco. Al sentarse a su gran sombra no pudo menos que exclamar:
“¡Los dioses deben protegerte, pues ni la ventisca ni el huracán han
podido abatir tu grandioso tronco ni arrancar una sola de tus hojas!“.
“Ni mucho menos, (contestó el árbol sacudiendo sus ramas con altivez y
produciendo un gran escándalo con el sonido de sus hojas), el maligno
viento no es amigo de nadie, ni perdona a nadie, lo que ocurre es que yo
soy más fuerte y hermoso. El viento se detiene asustado ante mí, no sea
que me enfade con él y lo castigue, sabe bien que nada puede contra
mí“.
El anciano se levantó y se marchó, indignado de que algo tan bello
pudiese ser tan necio como lo era ese árbol. Al rato el cielo se
oscureció y la tierra parecía temblar. Apareció el viento en
persona:”¿Qué tal arbolito? (rugió el viento), así que no soy lo
bastante potente para ti, y te tengo miedo?“ Al sonido de su risa todos
los arboles del bosque se inclinaron atemorizados. “Has de saber que si
hasta ahora te he dejado en paz ha sido porque das sombra y cobijo al
caminante, ¿No lo sabías?“.
“No, no lo sabía” (dijo el árbol).”Pues mañana a la luz del sol
tendrás tu castigo, para que todos vean lo que les ocurre a los
soberbios, ingratos y necios“. ”Perdón, ten piedad, no lo haré más”.
“¡De eso estoy seguro!“, le contestó el árbol. Mientras transcurría la
noche el árbol meditaba sobre la terrible venganza del viento. Hasta que
se le ocurrió un remedio que quizás le permitiese sobrevivir a la
cólera del viento. Se despojó de todas sus hojas y flores. De manera que
a la salida del sol, en vez de un árbol magnífico, rey de los bosques,
el viento encontró un miserable tronco, mutilado y desnudo. Al verlo, el
viento se echó a reir, cuando pudo parar le dijo así al árbol: “En
verdad que ahora ofreces un espectáculo triste y grotesco. Yo no hubiese
sido tan cruel, que mayor venganza para el orgullo que la que tu mismo
te has infringido, de ahora en adelante, todos los años tu y tus
descendientes, que no quisisteis inclinaros ante mi, recuperarás esta
facha, para que nunca olvidéis que no se debe ser necio y orgulloso“.
Por eso los descendientes de aquel antiguo árbol pierden las hojas
en otoño. Para que nunca olviden que nada es más fuerte que el viento.
Leyenda tibetana