miércoles, 16 de junio de 2010

El árbol del buho

Dicen que la noche en la que nació Pequeño Soñador el cielo se había vestido de gala. Los antepasados brillaban con una luz especial y el señor del poder lanzó un rayo a la tierra a la vez que Pequeño Soñador daba su primer grito.

Las jóvenes mujeres de la tribu que estaban junto a la madre de Pequeño Soñador no entendían lo que había sucedido, sólo la más anciana lo pudo explicar. Pequeño Soñador era el esperado, el que les mostraría el nuevo camino, el que tendría por madre a la Tribu, el que forjaría su fuerza en la soledad.

Pequeño Soñador creció, como había dicho la anciana, entre toda la tribu. Cada ciclo una familia lo acogía, por eso llegó a conocer como nadie los sueños, las inquietudes y los miedos de cada uno de los miembros de la tribu.

Y así, luna a luna se fue convirtiendo en un joven sensible y en un fuerte guerrero. Pero como todos los jóvenes, era impaciente. Una y otra vez preguntaba por qué era distinto a los demás, por qué no había sido aceptado en una familia como siempre hacían cuando un niño se quedaba sin madre. Pero nadie sabía contestarle, sólo le decían que había sido así porque la anciana lo había decidido. Pero ésta hacía muchos años que había regresado a las estrellas y desgraciadamente, no le podía contestar.

Pequeño Soñador trató de aceptar su situación. Se entregó con todas sus fuerzas a la tribu. Trabajaba durante el día con los hombres, aprendió a cazar, a moverse silencioso en el bosque, y durante la noche se reunía con las mujeres y permanecía en silencio, escuchando cuando realizaban un consejo y aprendiendo cómo ellas resolvían los problemas de la tribu.

El tiempo pasaba y cada día se hacía más fuerte, hasta que una noche un rayo cayó en el centro del poblado despertando a toda la tribu. Todos se habían asustado, pero Pequeño Soñador supo que aquello era una señal, su tiempo había llegado. Padre, dijo, me llamas, iré hacia ti, a tu encuentro, a mi encuentro.

Se despidió de todos en la tribu y se adentró en el bosque. Cuando llevaba dos días caminando se le acercó un gran cuervo negro y le pregunto.

-¿A dónde te diriges joven solitario?

-Yo no hablo con los cuervos -le respondió Pequeño Soñador -, sois todos unos pájaros de mal agüero y no tengo por qué contestarte.

El cuervo negro agitó las alas con fuerza y le contestó:

-Eres aún muy joven para entender, pero sea cual sea tu destino no te olvides de una cosa, si no eliminas tus prejuicios jamás podrás encontrar lo que buscas.

Pero Pequeño Soñador estaba demasiado impaciente como para detenerse ante un feo cuervo y continúo su viaje sin prestarle demasiada atención.

Fueron pasando los días y cada vez se adentraba más y más en el oscuro bosque hasta que una mañana volvió a encontrarse con el cuervo.

-¿Otra vez tú aquí?, -le preguntó molesto Pequeño Soñador.

-No, -contestó- eres tú, joven viajero, el que ha regresado a mí.

-Pues no entiendo nada -exclamó enfadado Pequeño Soñador-. Llevo varios días caminando casi sin detenerme, ¿cómo puedo haber vuelto al mismo lugar?

-Ya te dije amigo que no podrías llegar a ningún lugar si pretendías ver las cosas sólo desde tu punto de vista.

Este bosque es mágico, todo está vivo y todo lo que en él vive tiene la sabiduría suficiente para indicarte el camino, pero no puedes poner tus condiciones y no puedes despreciar nada de lo que se te presente.

-Perdóname cuervo -dijo Pequeño Soñador-. Desde hoy nunca más volveré a dejarme engañar por las apariencias y mucho menos por lo que otros digan. Pero oye, estoy pensando, ¿Por qué no me acompañas en mi viaje?

-De verdad que me gustaría -contestó el cuervo- pero yo debo quedarme aquí y proteger la entrada en el bosque. Yo vigilo, aunque muchos no se enteran. Ahora debes continuar tu viaje, lo que tú necesitas sólo lo podrás encontrar en soledad.

Dicen que desde aquel momento Pequeño Soñador no fue el mismo. Entró en el bosque sagrado por la puerta mágica de la confianza y descubrió que el camino que antes había recorrido ya no era igual.

El cuervo tenía razón, tenía mucho que aprender antes de llegar a su objetivo. De pronto todo tomó vida. Las piedras le hablaban de la fuerza que había en su interior. Los pájaros le enseñaron a subir a lo alto de los árboles y contemplar así los obstáculos del camino como diminutos problemas. El agua le enseñó que debía aprovechar cada segundo de su vida porque nunca habría otro momento igual.

Se sentía tan lleno, tan alegre y con tanta necesidad de aprender de todo que casi se olvidó de su objetivo, hasta que un día vio a lo lejos un gran lobo negro que estaba delante de una cueva.

Nadie sabe explicar lo que vivió dentro de la cueva Pequeño Soñador pero dicen que cuando salió de ella llevaba un fardo sagrado y que dentro de él estaba el espíritu de su padre.

Pequeño Soñador regresó junto a su tribu y les indicó el nuevo camino. La tribu le siguió y desde entonces nos vigilan desde aquellas estrellas que están allí, a los lejos".

Y el contador de historias levanto su largo brazo y señaló unos puntos lejanos y brillantes.

-¿Te refieres a las Pléyades? -preguntó uno de los niños.

-Sí -contestó el contador de historias-, así es como vosotros las llamáis.

Y así termina esta leyenda que yo ahora os cuento, y que generación tras generación ha sobrevivido porque, como dicen los ancianos, "lo que nace de las estrellas nunca puede morir".

ELENA G. GOMEZ

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