viernes, 25 de marzo de 2011

El colegial, el pedante y el dueño de un jardín.


Un muchacho que trascendía, a colegio, hasta el punto de apestar, pícaro a la vez y necio, por los pocos años y por la pedantería adquirida en las aulas, merodeaba en el huerto de un vecino suyo. Tenía este vecino los más exquisitos dones que ofrece Pomona al hombre. Cada estación le ofrecía su tributo, pues así como exquisitas frutas en otoño, lograba en primavera las flores más preciosas.

Fue un día a este jardín nuestro escolar, y encaramándose sin miramientos a un árbol frutal, maltrataba y destruía hasta los tiernos capullos, dulce esperanza y promesa de la futura cosecha. Hasta desgajó algunas ramas, y tal destrozo hizo, que el dueño del jardín se quejó al profesor. Vino éste con largo séquito de chicuelos, y se llenó el jardín de multitud de arrapiezos, peores que el primero.

El Dómine pedante aumentó sin necesidad el mal llevando aquella chiquillería mal educada, con el propósito, según dijo de hacer un escarmiento que fuese ejemplar, sirviendo de inolvidable lección a todos sus alumnos. Extendiose sobre este tema, citando a Virgilio y Cicerón, y alegando razones muy científicas. La perorata fue larga, tan larga que la maldita ralea tuvo tiempo para devastar el jardín por todas partes.

Aborrezco los discursos largos e inoportunos. No conozco bicho más temible que el colegial, como no sea el pedante. No quisiera por vecino ni al uno, ni al otro.

La leyenda del algarrobo

Era en tiempos de los Incas.


Los quichuas adoraban con las principales honras a Viracocha, señor supremo del reino. También adoraban a Inti, a las estrellas, al trueno y a la tierra.
Conocían a esta última con el nombre de Pachamama, que es como decir "Madre Tierra" y a ella acudían para pedir abundantes cosechas, la feliz realización de una empresa, caza numerosa, protección para las enfermedades, para el granizo, para el viento helado, la niebla y para todo lo que podía ser causa de desgracia o sinsabor.
Levantaban en su honor altares o monumentos a lo largo de los caminos.
Los llamaban apachetas y consistían en una cantidad de piedras amontonadas unas encima de las otras, formando un pequeño montículo.

Allí se detenía el indio a orar, a encomendarse a la Pachamama, cuando pasaba por el camino al alejarse del lugar por tiempo indeterminado o simplemente cuando se dirigía al valle llevando sus animales a pastar.
Para ponerse bajo la protección de la Pachamama, depositaba en la apacheta, coca, o cualquier alimento que tuviera en gran estima, seguro de conseguir el pedido hecho a la divinidad.
Respetuoso de la tradición y de las costumbres, el pueblo quichua jamás había olvidado sus obligaciones hacia los dioses que regían sus vidas.

Pero llegó un tiempo de gran abundancia en que los campos sembrados de maíz eran vergeles maravillosos que daban copiosa cosecha, la tierra se prodigaba con exuberancia y la ociosidad fue apoderándose de ese pueblo laborioso que, olvidando sus obligaciones, abandonó poco a poco el trabajo para dedicarse a la holganza, al vicio y a la orgía.
Se desperdiciaba el alimento que tan poco costaba conseguir, y con las espigas de maíz, que las plantas entregaban sin tasa, fabricaban chicha con la que llenaban vasijas en cantidades nunca vistas.

Fue una época sin precedentes.

El vicio dominaba a hombres y mujeres. Ellos, en su inconsciencia, sólo pensaban en entregarse a los placeres bebiendo de continuo y con exceso, comiendo en la misma forma y danzando durante todo el tiempo que no dedicaban al sueño o al descanso.

Los depósitos repletos proveían del alimento necesario y nadie pensó que esa fuente, que les proporcionaba granos y frutos en abundancia, se agotaría alguna vez.

El desenfreno continuaba y nada había que llamara a ese pueblo a la reflexión y a la vida ordenada y normal.

Llegó la época en que se hacía imprescindible sembrar si se pretendía cosechar, pero nadie pensaba en ello.

Inti, entonces, al comprobar que el pueblo desagradecido olvidaba los favores brindados por la Pachamama, queriendo darles su merecido, resolvió castigarlos.

Con el calor de sus rayos, que envió a la tierra como dardos de fuego, secó los ríos y lagunas, los lagos y vertientes y, como consecuencia, la tierra se endureció, las plantas perdieron sus hojas verdes y sus flores, los tallos se doblaron y los troncos y las ramas de los árboles, resecos y polvorientos, parecían brazos retorcidos y sin vida.

En los géneros aún quedaban alimentos, y en los cántaros, chicha. ¿Qué importancia tenía, entonces, para esas gentes, que las plantas se secaran y que el río hubiera dejado de correr, y seco y sin vida, mostrara las paredes pedregosas de su lecho?

Mientras durara la chicha no podría desaparecer la felicidad ni la alegría.

Pero un día llegó en que, con asombro, comprobaron que los graneros no eran inagotables y que, para servirse de sus granos y de sus frutos, era necesario depositarlos primero. El alimento comenzó a escasear, y con ello las penurias, la miseria y el hambre hicieron su aparición.

Recapacitaron entonces los quichuas, decidiendo volver a trabajar los campos y a sembrarlos.

Pero el castigo de Inti no había terminado y la tierra, cada vez más reseca y dura, no se dejaba clavar los útiles con que pretendían labrarla, y así era imposible poner la semilla. La desolación y la miseria fueron soberanas de ese pueblo que, en un instante, olvidó las leyes de sus dioses y sus obligaciones con la vida.

Los animales, flacos, sin fuerzas, morían en cantidad y parecía mentira que esos campos, que al presente se asemejaban al más desolado de los páramos, hubieran podido ser, alguna vez, praderas alegres cubiertas de hierbas y de árboles o de extensas plantaciones de maíz, en las que los frutos se ofrecían generosos.

Los niños, pobres víctimas inocentes de los pecados y de la disipación de los mayores, débiles, flacos, con los rostros macilentos, los ojos grandes y desorbitados, verdaderos exponentes de miseria y de dolor, sólo abrían sus bocas resecas para pedir algo que comer. Los más débiles morían sin que nadie pudiera hacer algo por ellos.

El sol caía a plomo. De una de las casas de piedra que se hallaban en los alrededores de la población, una mujer salió, corriendo desesperada.

Era Urpila que, enloquecida porque sus hijos morían de hambre y de sed , arrepentida de las faltas cometidas en los últimos tiempos, demostrando a todos su vergüenza, su pecado y su olvido de Inti y de la Pachamama, corría a la primera apacheta del camino a pedir protección a la Madre Tierra y a depositar su ofrenda de coca y de llicta, últimas porciones que había podido conseguir.

Llegó a la apacheta y, casi sin fuerzas, comenzó a implorar:

Pachamama,

Madre Tierra,

Kusiya... Kusiya...

Lloró y se desesperó ante el altar de la diosa, prometiendo enmienda y sacrificios.

Extenuada, sin fuerzas para continuar, se sentó en el suelo, apoyando su cuerpo cansado en el tronco de un árbol que crecía a pocos pasos y cuyas ramas secas parecían retorcerse en el espacio.

Tan grande era su fatiga, tanta su debilidad, que, vencida, bajó la cabeza y no tardó en quedarse profundamente dormida.

Tuvo sueños felices. La Pachamama, valorando su arrepentimiento, llenó su alma de visiones de esperanza y acercándose a ella, con toda la grandeza que como diosa le concernía, le habló generosa:

No te desesperes, mujer. El castigo ha dado sus frutos y el pueblo, arrepentido como tú misma de su ocio y desenfreno, retornará a su existencia anterior, que es la justa, la verdadera. La vida renacerá sobre la tierra que volverá a brindar sus frutos y su belleza.

Cuando despiertes, y antes de irte, abre tus brazos y recibe las vainas que ha de regalarte este "Arbol", desde hoy sabrás. Que las coman tus hijos y los hijos de otras madres, que con ellas calmarán su hambre y apagarán su sed. Tu humildad y tu arrepentimiento han hecho posible este milagro que Inti realiza para ti.

Cuando Urpila despertó, creyó morir, tal era su decepción. El aspecto de la tierra en nada había variado y la visión había desaparecido.

Se convenció de que su sueño había sido sólo eso: un sueño. Pero, recapacitando, volvieron a su mente las palabras de la Pachamama y recordó al "Arbol".

Levantó entonces sus ojos hacia las ramas que parecían secas, y tal como la diosa lo anunciara, las vainas doradas se ofrecían a su desesperación como una esperanza de vida.

Cambió en un instante su estado de ánimo dándole fuerzas extraordinarias. Se levantó ansiosa y cortó... cortó los frutos generosos hasta que entre sus brazos no cupieron más.

Entonces corrió al pueblo, hizo conocer la nueva y todos se lanzaron a buscar las milagrosas vainas color castaño, mientras ella repartía entre sus hijos el tesoro que encerraban sus brazos de madre y que le había concedido la Pachamama.

El pueblo volvió a la vida y veneró desde entonces al "Arbol Sagrado" que fue su salvación y que ha partir de ese día les brinda pan y bebida que ellos reciben como un don.
Ese árbol venerado es el algarrobo, que tiene la virtud, además de las nombradas, de ser, en tiempos grandes sequías, el único alimento de los animales. (*)

 Fuente: Leyenda recopilada por Leonor Lorda Perellón.

Los árboles enamorados


LA LEYENDA DE LOS ARBOLES ENAMORADOS (Jalapa)

Dice una leyenda que en Jalapa, hace años, había dos jóvenes, una parejita, que mutuamente se enamoraron. Pero, siendo de familias que vivían en constante pleito, no les permitieron verse, mucho menos casarse. Un día, todavía siendo adolescentes, ellos desaparecieron y nunca se les volvió a ver.

Pero, algunos años después, los habitantes del lugar encontraron dos árboles jóvenes que crecieron juntos en un abrazo fuerte y creyeron que eran los dos jóvenes enamorados, desaparecidos desde algunos años atrás, que habían tomado la forma de estos árboles para así lograr realizar su sueño de casarse y vivir juntos para siempre.

Desde ese momento, hay jóvenes enamorados que visitan discretamente estos dos árboles para dejar una carta de amor con sus nombres en un hueco al pie de ellos, convencidos que, de esta manera, su amor se fortalecerá y durará para siempre.

Igualmente, parejas que experimentan problemas en su relación, dejan una carta en este hueco también para revitalizar su amor.

Estos árboles enamorados se encuentran en el borde de la laguna donde en la actualidad está construido el Hotel campestre El Pantano.

Algunos dicen que en noches de luna llena, se ha oído reír a la pareja enamorada……..

La leyenda del árbol sagrado

Se dice que en Japón, en plena era Feudal los espíritus y los monstruos cansados de ser rechazados por la sociedad y de mantenerse ocultos, decidieron liberarse y estar en la superficie de la tierra sin esconderse, por lo que vagaban en todas la direcciones causando destrucción y terror a su paso. Estos seres eran tan poderosos que solo un grupo de bestias sagradas podían detenerlos, mismas que fungían como los guardianes de los cuatro puntos cardinales : "El Ave de Fuego" perteneciente al norte, del sur era "El Zorro Blanco;"El Dragón" representaba al este y finalmente "El Perro Sagrado"quien se encaragaba de custodiar el oeste.


Los guardianes lucharon contra los espíritus y monstruos, sin embargo 3 de las bestias fallecieron cumpliendo su deber. El único que sobrevivió fue el guardián del Oeste, quien le pidió a una joven humana el favor de continuar su descendencia...

En el momento en que el guardian le propone esto a la joven, esta experimente sentimientos encontrados, ya que por un lado se sentía comprometida por tal petición, también se sentía honrada por el hecho de que ese guardian formaba parte del grupo de quienes lograron salvar al mundo. Después de meditarlo decide aceptar tener un hijo con el "Perro Sagrado".

Con el paso del tiempo la joven dió a su tan anhelado hijo, pero no era un "niño normal", no era un humano, ni era bestia si no una combinación de ambos, característica que a la madre no pareció importarle, ella estaba consiente de que él era diferente a los demás pero finalmente era su hijo.

Sin embargo no todos pensaban de la misma forma, por un lado en la aldea le temían ya que pensaban que podía lastimarlos y las bestias lo conideraban no digno, ya que no tenía "sangre pura". A pesar de el rechazo de ambos lados, su madre lo educó como si fuera un humano. El niño estaba consiente de su condición pero se sentía protegido por su madre, quien además de protegerlo lo amaba...pero no todo es para siempre y este niño lo descubrió lleno de dolor ya que al pasar algunos años su madre falleció.

Pero este acontecimiento fué el primero que marcaría una vida llena de dolor y temor ya que uno de sus hermanos, el mayor, que era un montruo (simbolizaba el mal) con "sangre pura" decidió terminar con sus hermanos que él consideraba como bastardos, y asesinó a sangre fría a su hermano menor, que era humano (simbolizaba el bien), mientras que él era el equilibrio de las dos furzas. Después de terminar con la vida del hermano más pequeño, el hermano mayor fue en búsqueda del híbrido con la firma intensión de matarlo, sin embargo el hanyou, se dirigió a la tumba de su padre e hizo una espada con uno de los colmillos de su progenitor con la finalidad de protegerse de su hermano.

El hanyou pudo enfrentarse con su hermano quien era sin lugar a dudas mucho más fuerte que el, pero teniendo a la espada como aliada logró combatir y defenderse, pero ambos quedaron lastimados, llegando a quedar inconsientes pero como por arte de magia el hermano medio al despertar tenía forma de humano. El hanyou ahora con su nueva apariencia fue descubierto por una bella chica con quien se dió el amor a primera vista, dicho flechazo fue tan fuerte que sin pensarlo mucho decidieron casarse y jurarse amor eterno.

Pero la felicidad del hanyou fue minada por el mismo, ya que días después de la boda decidió llevarla a un bosque para mostrarse tal como era, mitad demonio, mitad humano, sin embargo las cosas no salieron como él esperaba, ya que su esposa al ver su verdadera apariencia no supo que hacer en primera instancia, pero después llena de temor y horror, tomó una estaca y la clavo en el corazón de su "amado", dejándolo unido al roble más grande del lugar, después de tan horrible situación, la mujer se quitó la vida con la firme idea de que cuando llegasen a reencarnar, se encontrarían de nuevo y serían felices.

Pero la mujer igonaraba que el alma de esa creatura había sido sellada con su cuerpo al arbol, por lo que NUNCA pudieron estar juntos otra vez