martes, 25 de mayo de 2010

El Anciano y los tres Jóvenes

Hallábase plantando árboles un viejo de ochenta años. Y tres jovenzuelos de la vecindad le decían:

-¡Pase que construyera una choza; pero plantar a esta edad! Porque, en nombre de los dioses, ¿podéis decirnos qué fruto esperáis recoger de vuestro trabajo? ¡Tendríais que vivir tanto como un patriarca! ¿Para qué cargáis lo que os resta de vida con los cuidados de un mañana que no veréis? Ya no debéis meditar sino en vuestros yerros pasados. Abandonad las esperanzas ambiciosas y los vastos pensamientos. Nada de esto os conviene.

-Es a vosotros a quien esto no conviene- replicó el anciano-. Toda humana empresas viene tarde y dura poco. La mano de las pálidas Parcas se ríe de vuestros días y de los míos. Iguales por su brevedad son nuestras vidas. ¿Quién gozará de nosotros las últimas luces de la bóveda azul? ¿Hay algún momento en que podáis contar con el minuto siguiente? Mis tataranietos me agradecerán esta sombra. ¿Es que podéis prohibir al hombre cuerdo que se tome fatigas por el placer ajeno? He aquí un fruto del que gozo hoy, del que podré gozar mañana y muchos días aún. En fin, todavía podré contar la aurora más de una vez sobre vuestras tumbas.

El anciano tuvo razón. Uno de los tres jovenzuelos se ahogó en el mismo puerto al partir para América; el segundo, ansioso de alcanzar las grandes dignidades, halló en el empleo de Marte un golpe imprevisto que le arrebató sus días; el tercero, cayó de un árbol cuando se hallaba podándolo. Y el anciano, luego de llorar a los tres, grabó en su mármol lo que acabo de contaros.


La Fontaine

No hay comentarios:

Publicar un comentario