viernes, 9 de abril de 2010

Frases y citas

Ah, qué suaves son tus labios! El beso que acabamos de atrapar es tierno y majestuoso como un gran árbol con un follaje nuevo.

Jorge Debravo


En la percepción de un árbol, podemos distinguir entre el acto de vivir, percibir o, de lo experimentado, o percibido.

Samuel Alexander

Estar árbol a veces, es quedarse mirando (sin dejar de crecer) el agua humanidad y llenarse de pájaros para poder, cantando, reflejar en las ondas quietud y soledad.
Carlos Pellicier

El árbol de la ciencia no es el árbol de la vida.

Pío Baroja

Te dicen que un árbol es sólo una combinación de elementos químicos. Prefiero creer que Dios lo creó, y que es habitado por una ninfa.

Auguste Renoir

Los más altos y nobles árboles tienen más razón para temerle a los truenos.

Charles Rollin


Árboles de mi ciudad, corazones de madera algo de hombre y animal, en sus músculos espera y parece despertar con el viento en primavera, es la fuerza de la vida la que anima la energía en hombre planta y animal.

Miguel Cantilo

"Entre los árboles hay brujas"

Algunas personas me han dicho que las brujas existen, que las han visto volar, que han despertado a media noche sintiendo sus manos de fuego; sufriendo un dolor intenso a causa de su mirada fría. Pero, ¿existen en realidad? No lo sé. Lo cierto es que son muchas las historias que me han contado al respecto.
En diversos pueblos de México, la gente me aseguró que las brujas eran una terrible realidad. Recuerdo que un joven que vivía en una pequeña comunidad del Estado de México, me compartió una experiencia que no podía olvidar por más que trataba. Según lo que me dijo, iba conduciendo su camioneta a eso de las once de la noche; una noche oscura, sin más luz que la de sus viejos y acabados faros de niebla.

De pronto, distinguió a lo lejos una figura parada junto al camino. Él siguió su rumbo, pero disminuyó la velocidad, pues le extrañó encontrar a alguien a esa hora en un sitio tan apartado. Al pasar por el frente, volteó y lo que observó lo marcó para toda la vida: una anciana con la cara llena de arrugas. En medio de su rostro tenía una nariz larga y deforme, y en lugar de ojos, dos bolas de fuego penetrante. La mujer extendió el brazo, como si quisiera alcanzar la camioneta; pero de su manga no salió una mano, sino una enorme pata de gallina, cubierta de bolas y ampollas.

El joven aceleró y la dejó atrás. Nunca más volvió a pasar por ese camino. Pero la figura de esa vieja lo siguió toda la vida. Hacía tres años que la había visto y no la había dejado de soñar ni una sola noche. Se despertaba gritando, con la cama mojada de sudor, y siempre con las mismas palabras: “La bruja me dijo que va a venir por mí...”.
Por otro lado, nunca he escuchado historias acerca de que las brujas vuelen en escobas. Sin embargo, han sido muchos los relatos en los que me aseguran que las brujas surcan los cielos en forma de grandes bolas de fuego. “Se ven en la carretera; pasan encima de los autos. Van dando vueltas y se pierden en el campo...”.


Pero sin duda, la mejor historia de brujas que he escuchado, vino de parte de una anciana que vivía en un pueblo de la delegación Magdalena Contreras, en el Distrito Federal.
Ella, una mujer de unos 90 años, decía haber visto a las brujas.
Eso pasó una noche, allá por los años setenta. Entonces, la mujer se dedicaba a “pepenar”; buscaba en la basura cosas que la gente tira y que ella vendía. Papel, vidrio, cartón, latas, todo le servía para mantenerse y vivir. Cerca de su casa, existía un tiradero de basura clandestino: una montaña de desperdicios que los vecinos iban acumulando, a pesar de situarse en plena zona boscosa, y por tanto, protegida por las leyes ambientales.
Un día, salió tarde de su casa. Sentía un dolor de cabeza tan penetrante y agudo que no la dejaba levantarse de la cama. Sin embargo, su necesidad era mayor. Recurriendo a sus últimas fuerzas, se dirigió al tiradero y comenzó a remover la basura. Cuando se dio cuenta, el cielo se había nublado. La lluvia amenazaba con desbordarse de un momento a otro y ella estaba lejos de su hogar. Pensó en tomar un atajo y bordeó el monte, con la esperanza de llegar más rápido, pues la noche también estaba por venirse encima.
Se internó en el bosque, guiada por su instinto, pero sus pasos cortos y cansados no le permitían avanzar lo que ella deseaba. Entonces comenzó a llover. Era una lluvia de agosto, intensa y fría, que la empapó de inmediato. Ella temblaba y estaba a punto de darse por vencida, apretujarse debajo de un árbol y esperar... sólo esperar. No sentía ya las piernas. El dolor de las reumas la había entumido por completo. Cerró los ojos y pensó en su madre. Tantos años sin pensar en ella y de pronto se acordaba, le pareció extraño pero al mismo tiempo reconfortante; tan reconfortante que sintió calor. Un calor que la hacía sentir cómoda y protegida.
Fue cuando escuchó una voz que la llamaba. En medio de los árboles, una joven agitaba la mano y le pedía que se acercara. Ella lo hizo con muchos esfuerzos. Al llegar, vio delante una casa muy grande. No entendió por qué no la había visto antes si estaba sólo a unos pasos de donde ella temblaba. La joven la invitó a pasar.

Ella se sorprendió por la amabilidad, pero la agradeció de buena gana. Se trataba de una casa muy hermosa, de grandes espacios y muebles de madera con cojines anchos y cómodos. Sobre los pisos, alfombras tan mullidas que sus pies se hundían a cada paso.
La joven no estaba sola. Estaba acompañada por otras dos mujeres, igualmente jóvenes... y de una belleza singular. Tez completamente blanca, ojos tan verdes que parecían transparentes, y sobre los labios, un rojo tan vivo y lleno de luz que parecía que tenían una brasa encendida. La mujer se sorprendía cada vez más. Encontrar en medio del bosque una casa con esas características y habitada por tres mujeres apenas entrados en los veinte, completamente hermosas, la impactó de grata manera.
Las jóvenes le prestaron ropas secas, le ofrecieron café y la convidaron a cenar. Le dijeron que eran hermanas, que habían vivido allí por años, pues era la casa de sus abuelos. Al final, la invitaron a quedarse a dormir. Por ningún motivo dejarían que se marchara en plena noche y con tal aguacero. Ella terminó por aceptar con la condición de que la dejaran lavar los platos. Y eso sí, dormir en la cocina, pues suficiente amabilidad era dejarla dormir en aquella casa, así que no aceptaría la habitación que una de las jóvenes pretendía cederle.
En cambio, ella optó por dormir en la cocina, pues el calor que se había acumulado le serviría para terminar de ahuyentar el frío. Así lo hicieron. Todas se acostaron a descansar a eso de las diez de la noche.

En la madrugada, la mujer despertó sudando. Algo pasaba en aquella cocina. Había dejado de llover y el frío no sólo se había ido, sino que había sido reemplazado por un calor insoportable. Se levantó a revisar y descubrió lo que pasaba: el horno estaba encendido. Ella se extrañó de que las jóvenes estuvieran cocinando a esas horas de la madrugada, con tan alta temperatura, y sobre todo, de no haber escuchado cuando aquellas tres muchachas entraron a la cocina y pasaron por encima de ella.
Por curiosidad, abrió el horno y lo que vio la hizo tambalear: en una bandeja larga y grasosa había piernas y brazos... seis piernas y seis brazos completamente negros y chamuscados que despedían un olor como de cabello quemado.
Enseguida, volteó a la ventana. Allí estaban las tres jóvenes, las tres sin piernas, sin brazos, flotando entre los árboles y riendo a carcajadas, mientras jugaban con una enorme bola de fuego.

Ella se quedó mirando sin poder apartar la vista. Sintió que un aire frío se le subía comenzando por los pies, las piernas... un aire frío que le nubló la cabeza. Todo comenzó a dar vueltas hasta que se desmayó.
Muy de mañana despertó... estaba en su casa, acostada en su cama, pero aún vestía las ropas que las brujas le habían prestado.
La mujer no quiso regresar al tiradero de basura, mucho menos internarse en el bosque otra vez. Nadie hizo caso de su historia, pero cuando me la contó a mí, no pude dejar de advertir las lágrimas de miedo que le recorrían el rostro conforme iba avanzando en su narración y la manera en que su voz temblaba. Al final, se acercó a mi oído y me dijo apenas susurrando: “Joven, entre los árboles hay brujas”.


Por Carlos Eduardo Díaz
En la televisión se dan noticias
sobre la tala ilegal de bosques –
el pasatiempo de unos mortales
que se llaman seres codiciosos,
o puedes crear otros nombres.

Dicen que no se puede contar
cuantos árboles que ya pierden
la vida, masacrados con sierras
por sus despiadados enemigos.

La gente habla de desertización,
agujeros en la capa de ozono,
calentamiento del planeta,
y las inundaciones sin final
que tragarán nuestros arcas.

Aquí, reciclamos más papeles.
Allí, continuan a talar bosques.
Si tuviéramos puros corazones,
tendría nuestra tierra más flores.

Autor Yohanes Manhitu

SOBRE UN ÁRBOL SOBRE UN ÁRBOL

Me fascinas Quintana Roo, tropical
Gozo tu viento, amo a tu gente.
Mas,... ¿qué tienes?, que inquietas mi mente
¿Porqué no me lleno, con lo material?

En tus árboles, percibo ternura
Sus hojas, crean música con el viento
Sus tallos, son hermosas esculturas

Bajo su sombra, su abrigo siento
Sobre un árbol, a poca altura
Solo y muy tranquilo, en Dios pienso

Para mi ánimo, es excelente
Estar entre ramas y reflexionar
Contemplar el árbol y ser paciente

Siempre habrá tiempo, para lo demás


Autor: David Gómez Salas

La caña y el roble

El viento soplaba en grandes ráfagas. Las espigas de trigo se tendían bajo los golpes de la borrasca. Los esbeltos árboles de la selva se inclinaban humildemente, y los animales corrían en busca de refugio. El estruendo del viento cantaba entre las copas de los árboles, fustigaba la superficie del estanque de los lirios, trocándola en espuma, y daba vueltas a las anchas y lisas hojas de las plantas acuáticas.
Pero el viejo roble seguía erguido c inmutable en el linde del bosque y no se doblaba bajo la furia de la tormenta.
—¿Por que no te inclinas cuando el viento golpea tus ramas9 —preguntó la esbelta caña—. Yo sólo soy una frágil caña. Me balanceo con cada ráfaga.
Desdeñosamente, el roble replicó:
—¡Bah, eso no es nada! Las tormentas que he soportado y vencido son innumerables.
La tormenta lo oyó y sopló furiosamente. El luminoso zigzag de un relámpago rasgó la oscuridad del cielo, y la lluvia azotó con fuerza el ramaje del poderoso roble. Pero el árbol resistió impasible.
Por fin, pasó la tempestad, asomó el sol por encima de una nube, sonrió a la Tierra que estaba allá abajo y volvió a reinar !a calma.
Entonces, salieron del claro los leñadores, blandiendo sus hachas v cantando alegremente. Iban a talar el gigantesco roble.
Éste se mantuvo erguido con firmeza, recibiendo valerosamente los golpes, cuando la filosa hoja del hacha lo hería. Luego, al balancearse su enorme tronco, profirió un terrible gemido y se desplomó con estruendo atronador. Los leñadores le cortaron las ramas, lo ataron y se lo llevaron del bosque, donde había estado en pie durante tantos años.

La esbelta caña, firme y erecta en su sitio, suspiró con lástima.
—¡Qué desgracia! —exclamó—. ¡Pobre roble! ¡Éramos tan buenos amigos!

El árbol vanidoso

En un gran bosque vivían muchos animales y árboles pero sobre todo vivían abetos.
Se acercaban las navidades y los abetos hablaban de que como todos los años los hombres escogerían a uno de ellos para ponerlo en la plaza del pueblo.
Entre los abetos había uno muy vanidoso era el más alto de todos y estaba muy orgulloso.

-¡No os hagáis ilusiones!- les decía a los otros abetos. Para poner en la plaza del pueblo sólo escogerán a uno ¡y ese seré yo!. Porque soy el más bonito y el más listo de todos.
Pero los abetos no le escuchaban porque estaban pendientes de un pequeño abeto llamado Abetín que aunque era pequeño había crecido mucho y estaba muy bonito. Tanto como el árbol vanidoso pero más pequeño y nada presumido ni maleducado sino alegre divertido y simpático. -¡Cómo has crecido Abetín!-le decían los abetos-¡Seguro que te escogen para ir a la plaza del pueblo! ¡Estás precioso!



Al oír esto el abeto presumido dijo en voz alta: -¡Bah ! ¿Quién va a escoger a ese pequeñajo?
 Me escogerán a mí!
Pero nadie le hizo caso.
Una tarde en la que el viento acariciaba las hojas de los abetos llegaron varios hombres con muchos niños decididos a escoger el mejor abeto para ponerlo en medio de la plaza del pueblo.
-¡Cojamos éste!-dijo un hombretón señalando al abeto vanidoso.
Una niña lo miró y respondió:
-No me gusta tiene cara de pasarse el día presumiendo y gruñendo. Prefiero este añadió señalando a Abetín; es más pequeño pero igual de bonito y tiene cara muy alegre.
Así es que cogieron a Abetín y lo pusieron en la plaza bien adornado durante todas las navidades. Cuando éstas terminaron lo volvieron a llevar al bosque con los demás abetos y muy contento les contó lo que había hecho.
El abeto vanidoso muerto de envidia dijo: ¡Bueno bueno! El próximo año me escogerán a mí. No siempre escogen al mejor también hay que dejar a los demás. Pero se calló al oír decir a los hombres:
-Es el abeto más alegre que hemos tenido.¡Lo cogeremos todos los años!
El abeto vanidoso se puso rojo y mientras los demás árboles se reían se prometió no volver a ser tan presumido nunca más.

MORALEJA: El que se infla de vanidad las risas de otros tendrá que soportar.

Citas y frases

Dios juzga al árbol por sus frutos, y no por sus raíces.

Paulo Coelho

A veces los árboles se rompen sobre el peso de sus propias frutas.
Valeriu Butulescu

Yo no sé de árbol fuerte más fuerte que su alma...

Dulce María Loynaz

No podemos dejar que los árboles mueran. Los árboles son para nuestros nietos.

Mary Lou Cook

Tú que eres diferente de todo lo que ha pasado y va a pasar lejos a mi lado, tú las ansias del enfermo: el árbol detrás de la ventana.

Ivan Malinowski

Decir que los hombres son iguales es tan absurdo como proclamar que lo son las hojas de un árbol.

Ramiro De Maeztu

Los árboles tienen una vida secreta que sólo les es dado conocer a los que se trepan a ellos.

Reinaldo Arenas

Yo estaba conduciendo por la carretera. Los árboles me pasaban por la derecha de manera ordenada a 60 millas por hora. De repente uno de ellos se cruzó en mi camino.

John Von Neumann

Estás llena de música, como un árbol al viento.

Jaime Bodet

Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol verde, sin pozo blanco, sin cielo azul y plácido... Y se quedarán los pájaros cantando.

Juan Ramón Jiménez

En la tarde, sinfónicos los vientos tocando están, con un fragor de olas, su instrumental de árboles espesos.

Eugenio Montale